martes, 8 de diciembre de 2009

RASGOS DE NUESTRA MENTALIDAD (CHILENA)

PERSPECTIVA PRETÉRITA. NUESTRA HISTORIA Y GEOGRAFÍA *

Cristián Gazmuri
Profesor del Instituto de Historia de
la Universidad Católica de Chile.


Como toda nación o sociedad, Chile ha exhibido históricamente rasgos que marcan actitudes mentales más o menos permanentes. El intentar un estudio sistemático sobre el problema rebasa con mucho lo que puede pretenderse en un artículo breve. Vayan, entonces, sólo algunas notas sobre éstas. Escribo en pasado, pues, como podrán darse cuenta los lectores, muchas de las actitudes mentales que mencionaré aparecen como muy debilitadas o como inexistentes en la actualidad.

La influencia de la geografía.
El primer rasgo mental que quiero destacar como históricamente presente en el chileno es la conciencia de habitar en un lugar lejano; distante de lo que han sido los polos de cultura avanzada que ha tenido el planeta - Europa en lo fundamental- durante la existencia de nuestra nación: el síndrome de lejanía. 'Aquí donde otro no ha llegado', escribía ya en el siglo XVI don Alonso de Ercilla y Zúñiga. Los primeros mapas señalan las tierras de Chile como 'Finis Terrae'. Jaime Eyzaguirre recoge esa denominación y le agrega el adjetivo de 'antípoda del mundo'. En los cantos de marinos europeos 'llegar hasta Valparaíso' era sinónimo de estar al otro lado del planeta. Y más aislados hemos estado aún de otras altas culturas, no europeas. Diferente era el caso en la época precolombina en relación al Imperio Inca. Pero entonces, 'Chile', en tanto la unidad histórico-geográfica que conocemos hoy, no existía.

Lejanía, en primer lugar. Un segundo rasgo, aislamiento. Hasta hace unos 100 años Chile era casi una isla, especialmente durante los inviernos. Encerrado entre el inmenso océano Pacífico, sin una costa con buenos puertos naturales, la barrera casi infranqueable (durante muchos meses) de la cordillera de los Andes, el desierto - "El Despoblado"- de Atacama y el Cabo de Hornos, con el mar más feroz del planeta, su aislamiento era casi total. Llegar o salir de Chile era una verdadera aventura y el viaje tomaba muchos meses.

También pobreza. Chile fue, hasta 1830, posiblemente la sociedad más pobre de la América íbera. No producía gran cantidad de metales preciosos, ni alimentos o productos tropicales de alta demanda en Europa, como azúcar, café, cacao, tabaco, o después caucho. En verdad, la Corona Española estuvo interesada en la existencia de Chile principalmente porque constituía la puerta sur del rico Perú, la que era preciso defender de corsarios y la ambición de otras potencias europeas. Los viajeros que nos visitaron durante el siglo XIX, junto con señalar la belleza del paisaje destacan las muy precarias condiciones de vida de los chilenos, incluso de las familias más pudientes, cuyas casas combinaban algunos muebles, alfombras y trajes europeos con el piso de tierra apisonada, muros de adobe y techos con las vigas de canelo u otros árboles autóctonos a la vista. Los edificios públicos fueron muy modestos hasta muy entrado el siglo XVIII, cuando se construyeron el puente de Cal y Canto, la Casa de Moneda y algunas iglesias de más pretensiones. Esta pobreza termina, entre la oligarquía al menos, hacia mediados del siguiente siglo. Pero todavía, excepción hecha de las familias más ricas que ahora pasaban largas temporadas en Europa y construyeron casas imitando las europeas, el estilo rústico se conserva, si no en Santiago, sí en los fundos y ciudades de provincia hasta el siglo XX. La alta burguesía decimonónica de Valparaíso constituiría la excepción. Pero no quebró esta realidad en términos generales.

Este síndrome de lejanía, aislamiento y pobreza creo que ha marcado el comportamiento de los chilenos, incluso hoy, cuando los medios de comunicación y transporte modernos nos han acercado al mundo. Tímidos y apocados, también sobrios, solíamos ser poco aficionados a aparentar. Espontáneamente, hemos tendido a rehuir los primeros planos (con excepciones por cierto). La persona que llamaba la atención y exhibía su riqueza o su poder era mal vista. El exhibicionista, el 'posero', no despertaban simpatía ni admiración. Más bien se les acogía con ironía. La sobriedad era considerada un virtud nacional y me parece que hay sólo tres épocas de nuestra historia en que este rasgo se ha quebrado: transitoriamente, entre la aristocracia, hacia comienzos del siglo XX; entre la nueva burguesía durante los años del boom de comienzos de 1980 y de nuevo en los últimos años.

Sobriedad, honestidad.
Cuando don Aníbal Pinto dejó la Presidencia sus amigos debieron ayudarlo a encontrar un trabajo para subsistir. Cuenta Vicuña Mackenna que enfrentado al motín del 20 de abril de 1851, de madrugada, el Presidente Bulnes desayunó un vaso de mote con huesillo que compró a un motero de la calle. Hasta la época del gobierno de Eduardo Frei Montalva, los Presidentes de la República caminaban por la calle como cualquier ciudadano y hasta hoy - con recientes excepciones- se enorgullecen de vivir en sus domicilios particulares de hombres de clase media. Y no se trata sólo de figuras públicas. El hombre medio chileno ha sido, históricamente, por lo general, muy sobrio, casi exageradamente apocado.

No hemos amado lo monumental y, en estos últimos tiempos, cuando se ha intentado una iniciativa de este tipo el resultado, casi invariablemente, ha sido estéticamente deplorable. Basten como ejemplo el "templo votivo" de Maipú y - en grado heroico- el edificio del Congreso Nacional en Valparaíso.

El sentimiento de aislamiento, de lejanía, de pobreza, de sencillez, creo que ha tenido que ver también con la tradicional hospitalidad del chileno. El extranjero que llegaba hasta Chile ha sido tratado, por lo común, con gran cordialidad y a veces una generosidad rangosa que les asombraba. Era generosidad, pero también algo de complejo de inferioridad provinciana ante este embajador del mundo que venía hasta nosotros; reflejo de la intención de mostrarle que tenemos cualidades y era frecuente que junto con la hospitalidad se le endilgara un discurso patriotero y chauvinista que tendía a mostrarle que Chile es lo mejor del mundo, o, al menos, tanto o mejor que su patria.

Porque, paralelamente, los chilenos hemos mostrado un enorme amor al suelo, a esta tierra de fin de mundo que es considerada, de manera inconsciente y un tanto vanidosamente, tan hermosa como la mejor, fértil y generosa; nuestro orgullo. Sin excesiva modestia, nuestra canción nacional nos llama "la copia feliz del edén". Este halago alcanzaba también a nuestros hombres y mujeres: al roto, al que por un lado se le ha despreciado hasta el punto de que se usa la palabra como adjetivo peyorativo, al mismo tiempo se le considera astuto, generoso, noble y valiente, "choro" y "tieso de mechas". A la mujer chilena considerada hermosa y abnegada, admirable, lo que no ha resultado incompatible con un machismo tradicional que abarca toda nuestra sociedad.

Comparemos, para terminar este punto, nuestro grito de amor patrio, "viva Chile, mierda" con el de otro pueblo latinoamericano con algunas características parecidas al nuestro, México. Ellos gritan "viva México hijos de la chingada" vale decir, la rajada, la violada como lo ha analizado Octavio Paz en un hermoso ensayo. Aquí quiero hacer notar, en ambos casos, la ambigüedad de la expresión de amor. Para afirmarlo al "viva Chile" se suma la alusión al excremento. En el caso de México, se hace presente que descienden de hembras violadas, en una lejana alusión a la Conquista. En ambos casos existe la paradoja, pero es más directa en el caso chileno.

Nuestra geografía creo que nos ha dado también un rasgo que ha sido constante en nuestra historia, el estoicismo frente a lo que Rolando Mellafe llama el "acontecer infausto". La Colonia es una secuencia de terremotos, sequías catastróficas, salidas de cauce de los ríos; los que sumados a guerra semipermanente con los araucanos, parece habernos preparado para enfrentar con estoicismo el mal que sobreviene: el pánico e histeria colectiva en los primeros días dan paso a un fatalismo quieto, a un recomenzar espontáneo.

La herencia hispano-india.
También hemos tenido y tenemos rasgos mentales tanto o más importantes como los ligados con nuestra situación geográfica que vienen de nuestra herencia, española e india, así como de nuestra condición de mestizos. El primero es la opción por la tierra y no el mar. Chile es un país con amplia, amplísima costa. Sin ser isla, es uno de los de más amplia costa en el mundo. Pero toda nuestra simbología folclórica, excepto en regiones determinadas como Chiloé, gira alrededor de la cultura y la existencia campesinas y su personaje central, el huaso, sea patrón, pequeño propietario o inquilino. Es efectivo que existen elementos concretos que pueden explicar en parte nuestro rechazo histórico a un destino marítimo. Nuestra costa, excepto al sur del seno de Reloncaví, es un litoral con pocos accidentes geográficos que constituyan buenos puertos naturales y el océano la golpea duramente. El Pacífico chileno es enorme y no hay tierras cercanas, pero, al mismo tiempo, es un mar rico en pesca, recurso que sólo en las últimas décadas ha sido explotado con intensidad. Sin embargo, insisto, lo fundamental es que han sido la tierra y sus hombres los personajes centrales de nuestro imaginario y cultura popular, expresada en canciones, trajes, comida, giros idiomáticos tradiciones. ¿Por qué este rasgo mental?

Recordemos que los chilenos somos mestizos de pueblos que eran de tierra. Huilliches, mapuches, picunches, pehuenches - cuyos descendientes puros, hasta el día de hoy no saben nadar- eran mucho más numerosos que los indios de las costas, chonos, cuncos y en el extremo sur, onas, alacalufes, yaganes y otros con los cuales casi no hubo mestizaje. Recordemos, por otra parte, que entre los conquistadores figuran extremeños, castellanos, andaluces, más que catalanes, valencianos, cantabros, que son los grupos marítimos de España. Siendo Chile pura costa, Valdivia fundó la capital lo más lejos de ella que era posible. Creo que las vertientes culturales, española e indígena, nos transmitieron esta mentalidad terrestre. Los comerciantes vascos, un grupo pequeño que llegó en el siglo XVIII, preocupados del tráfico marítimo donde hicieron sus fortunas, terminaron por incorporarse en definitiva a la cultura tradicional del campo donde llegarían a ser patrones. Fueron los grupos de no hispanos y en particular ingleses, que llegaron a Valparaíso en el siglo XIX, los que crearon la tradición marítima de Chile, tanto mercante como de guerra, que se remonta a entonces. Todavía, entre la oficialidad de la Armada, abundan los apellidos de origen no hispano y se sienten más británicos que los ingleses.

La falta de iniciativa económica individual ha mostrado también la impronta hispano-católica e indígena. Es conocida la tesis de Max Weber, después desarrollada por Tawney, sobre la ligazón entre el espíritu protestante y el espíritu de laboriosidad lucrativa del capitalismo, el que ciertamente no se ha dado, a nivel de toda América hispana. Debemos atribuir a nuestra profunda herencia católica una parte de la responsabilidad en esta conducta económica. Pero sin duda el carácter de la economía chilena hasta hace algunos decenios tiene también origen en nuestros indios, partícipes en el mestizaje que dio origen a la nación chilena. Agricultores en la zona central, más al sur eran guerreros, recolectores y cazadores, a veces, como en el caso de los pehuenches, errantes. Todos eran económicamente bastante pasivos. Esta actitud económica pasiva de la mayoría del pueblo chileno sólo ha venido a quebrarse en los últimos años.

Además, Chile ha sido, desde la Conquista, un país que, sin ser despoblado, ha tenido una población relativamente pequeña. Un millón en 1810, tres millones en 1900. Ahora bien, el clima chileno y la fertilidad del valle central siempre han podido alimentar bien, o al menos mínimamente, a esa población, sin necesidad de un esfuerzo extraordinario. Durante la Colonia, cuando se exportaba sebo al Perú, la carne se quemaba. Sólo en el siglo XX y con un contexto de marginalidad urbana la alimentación ha sido un problema grave.
Historia de Chile.

Vayamos, finalmente, a rasgos mentales que serían fruto de nuestra historia. Mario Góngora y otros autores han destacado el hecho de que en Chile no fue la nación la que dio origen al Estado (como habría ocurrido en Perú y en México); fue el Estado español en Chile, una institucionalidad fruto de una voluntad externa, el que creó la nación chilena donde antes existían varias de carácter primitivo. El prolongado esfuerzo de los gobiernos coloniales y republicanos continuó apuntando en ese sentido. Fue el Estado chileno de la segunda mitad del siglo XIX y primera del XX, el que, enriquecido por los impuestos del salitre, permitió la consolidación de la clase media que ha gobernado Chile en el siglo XX, pues dirigió el esfuerzo educacional de esos años.

Ahora bien, el hecho de que el Estado haya sido el artífice de la nación chilena explica, al menos en parte, la homogeneidad de valores y costumbres de los chilenos. A diferencia de otros países de historia mucho más larga y compleja, pero mucho más pequeños territorialmente, como Irlanda, Bélgica, la misma España, los países del Medio Oriente y los Balcanes, los del África post colonial, etc., incluso países de nuestra América Latina (la costa y la montaña en Ecuador; el norte agrícola y pobre y el sur industrial y rico en Brasil; la selva, la montaña y el llano en Colombia), Chile no exhibe este género de regionalismos, a veces intransigentes y violentos.

También a nuestra historia debemos el aprecio que sentíamos por los valores militares. Chile era un país orgulloso de su pasado de éxitos militares. Algo que hoy parece cuestionable éticamente, pero que no lo era hasta mediados del siglo XX. Se le conocía como "Chile, tierra de guerra". Efectivamente, la guerra fue un estado permanente, o al menos latente, durante los siglos coloniales, y durante el XIX apareció en nuestra historia con inusitada frecuencia: guerras civiles desde 1810 a 1818, en 1830, 1851, 1859 y 1891. En fin, guerras internacionales en las décadas de 1820, de 1830, de 1860, de 1870-80, todas victoriosas. Los cronistas coloniales se referían a nuestra nación como "Flandes indiano". Tulio Halperin, en su conocida Historia de América Latina, se refiere a Chile como una pequeña Prusia, y Burr titula su libro sobre la política exterior chilena en el XIX By Reason or Force. No debemos olvidar que el libro escrito por un chileno de mayor venta en el país ha sido "Adiós al Séptimo de Línea", un canto de gesta al valor del soldado chileno, que apareció hace unos cuarenta años y fue leído masivamente, con devoción, sin ser una novela de valor histórico o literario apreciables.

Vagabundos.Otro rasgo mental del chileno, de los últimos dos siglos, conectado a nuestra historia, es la tendencia vagabundeo y la aventura. Muy claro entre los sectores populares, lo es, en general, de todos los chilenos. Extraño, por otra parte, en un país en que el mundo campesino, muy mayoritario hasta unas décadas, no es el del peón ganadero errante, sino el del inquilino, un ente sedentario, dependiente. Sin embargo, hijos o parientes de inquilinos se han transformado fácilmente en peones afuerinos y errantes, más todavía, han emigrado masivamente al norte en la época de la plata y del salitre, ascendieron también masivamente por la costa del Pacífico hasta California, durante la fiebre del oro. Chilenos se contrataron como jornaleros para construir los ferrocarriles de la sierra en Perú y no pocos trabajaron en la apertura del Canal de Panamá. Durante las últimas décadas - más allá del problema del exilio- encontramos chilenos repartidos por todo el mundo. Es posible que este rasgo tenga razones históricas muy concretas caso a caso. Pero quizá, colectivamente, también en el hecho de que durante los siglos coloniales una buena parte del territorio de Chile fue lo que el historiador estadounidense Turner llamó una "zona de frontera", donde la incertidumbre era diaria y donde el valor individual, la libertad personal y el amor a la aventura eran muy valorados y representaban la posibilidad de prosperar, hasta el punto de transformarse en un estilo de vida.

*Artículo publicado en El Mercurio el 15/09/2002.

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