lunes, 12 de octubre de 2009

CRECIMIENTO DINÁMICO

CRECIMIENTO DINÁMICO
Tres etapas de la vida cristiana
Luis Palau

Al finalizar un retiro de pastores y líderes en un país
latinoamericano, un predicador se acercó a mí en tono
urgente, más bien de desesperación:
--Mire Palau—me dijo--, no es que yo haya fracasado
en el terreno moral ni en mi pastorado. Sin embargo,
docenas de veces me he sentido al borde de un precipicio
espiritual. ¿Sabe por qué? Pues porque tengo tentaciones
(tanto de orden personal como ministerial) que a menudo
me resultan insoportables.
--Hermano Palau—continuó diciendo este pastor--, usted
acaba de hablar sobre el secreto de una vida de victoria,
y pareciera que usted en realidad lo ha descubierto. Le
ruego que me diga con franqueza a qué se deben mis
debilidades y cómo puedo encontrar gozo, satisfacción y
victoria en todos los aspectos de mi vida.
Este es sólo un ejemplo de las muchas cartas que nos
llegan y de las tantas conversaciones y consultas que recibimos
sobre esta cuestión. No creo que exista cristiano
alguno que no desee vivir maduramente en Jesucristo.
Durante nuestros años de ministerio hemos hablado y
aconsejado a millares de personas de ambos sexos, de
toda nacionalidad, posición social, profesión y de todas
las edades. Por eso nos pareció apropiado escribir estas
páginas, donde haré mención de las tres etapas normales
que experimenta todo cristiano en su crecimiento y maduración
en amistad con Dios.
El pasaje bíblico clave ha de ser 1 Juan 2:12-17. Veamos
lo que nos dice:
“Os escribo a vosotros, hijitos, porque vuestros pecados
os han sido perdonados por su nombre. Os escribo
a vosotros, padres, porque conocéis al que es desde el
principio. Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis
vencido al maligno. Os escribo a vosotros, hijitos, porque
habéis conocido al Padre. Os he escrito a vosotros, padres,
porque habéis conocido al que es desde el principio.
Os he escrito a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes, y la
Palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido
al maligno. No améis al mundo, ni las cosas que están
en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre
no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los
deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria
de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el
mundo pasa, y sus deseos pero el que hace la voluntad de
Dios permanece para siempre.”
Aquí están delineadas las tres etapas de la vida del creyente
en el Señor Jesús.
La primera es la etapa de la niñez espiritual, mencionada
en el versículo 12: “Os escribo a vosotros hijitos”. La
segunda etapa, la adolescencia espiritual, se advierte en
el versículo 13b: “Os escribo a vosotros, jóvenes”. Y la
tercera es la de la madurez espiritual, tal como se aprecia
en el versículo 14: “Os he escrito a vosotros, padres”.
Ahora bien, es importante destacar que estas etapas no
siempre coinciden con la edad física. Por ejemplo, una
persona puede convertirse a los 40 años de edad y, por
lo tanto, ser un niño espiritual. Un joven de 20 años que
conoce al Señor desde niño, puede estar cerca de la madurez
espiritual. Por otra parte, alguien puede tener varias
décadas dentro de la familia de Dios y, sin embargo, ser
todavía un adolescente espiritual. ¡Cuántos hermanos
en nuestras iglesias aún son niñitos que deben tomar su
alimento con biberón, pues no han probado otra cosa que
no sea leche! Por otra parte, hay creyentes que en ocho o
diez años han nacido en la familia de Dios, vivido su niñez,
superado su adolescencia espiritual, y se comportan
como adultos en el Señor Jesucristo.
Al considerar el pasaje de 1ª. Juan, sacará usted el máximo
de provecho si al mismo tiempo se hace las siguientes
preguntas: “¿En qué estado de desarrollo espiritual me
encuentro? ¿Cuáles son las marcas y características de
una vida de madurez espiritual en Cristo?” Examínese y
pruebe su ser interior para comprobar el estado de desarrollo
espiritual en su vida cristiana.

TRES CARACTERISTICAS PRINCIPALES
Una de las características más sobresalientes de la niñez
espiritual es la imitación. Soy padre de cuatro hijos, y
desde que eran pequeños me agradaba referirme a ellos
en las ilustraciones de mis mensajes. Recuerdo que cuando
los mayores –que son gemelos—no pasaban los tres
años de edad, en las mañanas los sacábamos de sus cunas
y ellos venían corriendo hacia donde me encontraba yo.
Cuando ante sus ojos escrutadores usaba la máquina de
afeitar, indicaban que ellos también querían ser afeitados.
Si no les daba ese gusto, tironeaban de mis pantalones
hasta que les acercaba la rasuradora a la carita. Por supuesto
que ni siquiera los tocaba con la máquina, pero
les agradaba machismo sentirse hombrecitos al haber “lo
mismo que papá”. ¿Acaso no es verdad que como cristianos
muchos son aún lo bastante niños como para dedicarse
exclusivamente a imitar a los demás?
La característica de la adolescencia espiritual es la turbulencia.
Este es un período de transición, lucha, debate,
interrogantes, discusiones, antagonismos. Un tiempo de
grandes cambios. Por cierto que quienes entran en esta
etapa no se comportan como niños. Como desean actuar
en forma totalmente independiente, van al otro extremo.
Antes imitaban, ahora se rebelan contra todo, a veces
hasta sabiendo que están equivocados.
Por último, la madurez espiritual tiene como característica
el descanso, en el más amplio sentido de la palabra.
El adulto no imita pues no es niño; tampoco es rebelde ni
extremista ni opuesto a todo sólo por diversión o porque
sí, como un adolescente. Por el contrario, habiendo llegado
a la madurez, ha desarrollado convicciones propias
y por eso se comporta con probidad y responsabilidad.

DESCRIPCION DE LAS ETAPAS
El apóstol Juan en su primera carta llama a los niños “Hijitos”,
y dice que los “hijitos” saben que sus pecados han
sido perdonados en el nombre del Señor Jesús, y saben
además que Dios es su Padre. Esta es la característica del
niño espiritual, el nuevo creyente que tiene lo que en el
libro de Apocalipsis se describe como “el primer amor”
(2:4). Sabe que sus pecados han sido perdonados y se
siente feliz porque conoce a su Padre. No le interesa otra
cosa que saber que pertenece a la familia de Dios.
Es lo que sucede con los hijos—especialmente cuando
son pequeños. Sólo les interesa saber que sus padres los
aman, que están en su hogar, que los cuidan, que reciben
comida cuando tienen hambre, que cuando están enfermos
alguien vela por ellos. Son niños y están encantados
de ser parte de la familia y disfrutar a papá y mamá.
Tal vez como cristiano recuerde usted los días en que
nada en el mundo parecía tener demasiada importancia
porque habíamos llegado a saber que nuestros pecados
estaban perdonados, conocíamos al Padre, y eso bastaba.
Esto es, precisamente, lo que debe suceder cuando
alguien nace a la familia de Dios, cuando es un “hijito”
recién nacido.
Con respecto a la adolescencia espiritual, el apóstol
Juan se refi ere a los “jóvenes” y agrega: “Porque habéis
vencido al maligno...Sois fuertes, y la Palabra de Dios
permanece en vosotros” (vv 13,14). Al hablar de vencer
al maligno, se da idea de batalla, de turbulencia. Se está
haciendo la descripción del adolescente en Cristo, que
por luchar y pelear es un ser turbulento.
En el tercer caso, a los maduros espirituales Juan los
llama “padres”, y la única descripción que de ellos hace
es: “Conocéis al que es desde el principio”. Utiliza la
misma expresión tanto en el versículo 13 como luego en
el 14. Pero en este caso “conocer” es más que conocer
a Dios como Padre (recordar que los niños siempre están
pensando en la característica paternal de Dios). Los
“padres” o adultos espirituales tienen un conocimiento de
Dios en la profundidad de su Persona; lo conocen como
el Eterno, el Soberano, el que gobierna el mundo. Es un
conocimiento mucho más amplio que el de la niñez, ya
que en vez de decir únicamente “El Señor es mi Padre”
(cosa maravillosa, por cierto), el adulto además exclama:
“Grande es Jehová, y digno de suprema alabanza”
(Salmo 145:3).

EL COMIENZO DE CADA EPOCA
¿Cuándo comienza cada época en la vida espiritual?
¿Cómo comienza?
Veamos un pasaje bastante conocido, pero en general
estudiado de manera muy superfi cial:
“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y
yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y
aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y
hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo
es fácil, y ligera mi carga”. (Mateo 11:28-30)
En estos versículos encontramos las tres etapas mencionadas,
niñez, adolescencia y madurez. El comienzo por
cierto, es la invitación a aquellos que aún no pertenecen
al Señor Jesús: “Venid a mí todos los que estáis trabajados
y cargados, y yo os haré descansar.” Sin embargo,
también encontramos cada una de las edades espirituales
ya mencionadas.
¿Cuándo nace una persona a la familia de Dios? Cuando
viene a Cristo por primera vez, le entrega su vida y recibe
el perdón divino. Es entonces que se convierte en hijo
de Dios y se inicia en la niñez espiritual. Como bien lo
señaló el apóstol Pablo: “De modo que si alguno está en
Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron: he aquí
todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).
Algo realmente interesante del pasaje de Mateo es que
el Señor no termina el discurso con este descanso de
quienes le reciben en el corazón. En el versículo 29
agrega: “Llevad mi yugo sobre vosostros”. Y con este
principio nos da la clave de la adolescencia espiritual.
Al tiempo de que una persona ha recibido a Cristo en su
corazón, se da cuenta de que necesita más que ser salvo:
necesita caminar con Cristo. Es entonces que en obediencia
al Señor “toma el yugo” de Jesucristo. Es una referencia
a los labradores de oriente, que araban sus campos
con una yunta de bueyes. Al ir a trabajar, colocaban el
yugo sobre cada animal, ligándolos.
Creo que el yugo espiritual se trata justamente de eso.
Podemos afi rmar que un niño entra en la etapa de adolescencia
espiritual cuando, por así decirlo, se une con Cristo
por fe. En ese momento reconoce que no es sufi ciente
ser salvo sino que además hay que estar unido a Cristo
para vivir una vida cristiana normal, fructífera, feliz, de
triunfo sobre el pecado, una vida que glorifi que a Dios.
Esta segunda etapa de la vida cristiana empieza cuando
un creyente siente la necesidad del poder de Cristo en su
vida, se da cuenta de que sólo puede vivir la vida cristiana
si se coloca el yugo del Señor, toma su cruz para
seguir a Cristo, y se liga de manera personal y vital al
Señor Jesús.
Ahora bien, sucede que con el tiempo también esto llega
a ser insufi ciente. El adolescente espiritual descubre que
ya no le basta ligarse a Cristo. Hay otra etapa que empezar
y se pisan los umbrales de la madurez espiritual
cuando uno aprende por experiencia la segunda parte del
versículo 29: “Aprended de mí, que soy manso y humilde
de corazón.” El tercer paso, entonces, es aprender de
Cristo.
La marca de un creyente que ha alcanzado madurez es
mansedumbre y humildad de corazón. Es por ello que
el adulto en Cristo no se arrebata, no pierde la paciencia
fácilmente, no trabaja de manera febril para imponer su
voluntad, sino que tiene la mansedumbre—que es fruto
del descanso espiritual que Cristo da en el alma. El cristiano
maduro sabe que Dios es soberano y está cumpliendo
su voluntad, por lo cual no ve la necesidad de imponer
la suya. Dicho creyente se hace esta refl exión: “Dios está
en control. Yo con paciencia y humildad puedo caminar
con El y saber que El cumplirá su voluntad. No necesito
hablar en la carne, ni obrar en mis fuerzas ni actuar como
un político. Dios gobierna la situación y yo puedo confi ar
en El, con la certeza de que cuanto menos intervenga yo
con mi voluntad e ideas propias, tanto mejor”.
Es por esto que Dios habla de dos descansos. El primero
(“os hará descansar”) es el descanso del perdón de
pecados, pero el segundo (“hallaréis descanso”) es el que
experimenta el cristiano cuando se da cuenta de que Dios
es soberano en su vida y está a cargo de toda la situación.

EL ALIMENTO PARA CADA ETAPA
¿Cómo se alimentan estas tres clases de personas?
En cuanto al niño, consideremos las palabras del apóstol
en 1 Pedro 2:2, “Desead, como niños recién nacidos, la
leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis
para salvación”.
Cuando un niño nace se alimenta con leche, pero en cantidades
muy pequeñas. Lo mismo sucede con el cristiano
recién nacido; debe alimentarse de a poco pues es un
bebé espiritual. La leche espiritual son aquellas doctrinas
sencillas que el nuevo creyente necesita saber cuando se
entrega al Señor Jesucristo: que Dios le ama; que la salvación
es eterna; que la sangre de Cristo limpia de todo
pecado; que es un hijo de Dios; que el Espíritu Santo
mora en su corazón; que la Palabra de Dios es alimento
espiritual; que en oración puede comunicarse con el Padre
a quien acaba de conocer.
A través de mis viajes por distintos países, he observado
con tristeza que en muchas oportunidades en las reuniones
de la iglesia el predicador siempre está dando “leche”
a la congregación. La leche es buena, pero termina por
aburrir. Cuando una persona crece, necesita disminuir la
cantidad de leche y comenzar a ingerir alimento sólido.
Pareciera que en nuestro continente la mayoría de los
cristianos fueran niños espirituales, pues leche es prácticamente
lo único que reciben por comida.
Llega un momento en que hay que pasar al segundo tipo
de alimento, aquel del que se nutre el adolescente espiritual:
“Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y
da vida al mundo. Le dijeron: Señor, danos siempre este
pan. Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene,
nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá
sed jamás.” (Juan 6:33-35)
Cuando una persona ya se ha alimentado con las verdades
básicas de la Escritura, hay que empezar a alimentarlo
con pan espiritual, es decir Cristo mismo. Quien
enseña al nuevo creyente la doctrina sencilla y básica,
luego tiene que empezar a darle más acerca de la persona
de Cristo. Hay que dar pan. Hay que avanzar. Cuando en
Palestina los discípulos del Señor estaban frente a la multitud
y trataron de “lavarse las manos” en vez de buscar
una solución cuando hubo que proveer alimento, Jesús
les dijo: “Dadle vosotros de comer”.
El pan espiritual es hablar de la persona de Cristo. Creo
que tenemos que estudiar más a fondo toda la Biblia,
tenemos que leer más el Pentateuco y compararlo con el
Nuevo Testamento. Creo que los libros de Génesis, Exodo
y Levítico son los que más iluminan sobre lo que es la
persona y obra de Cristo.
Si no dejamos de dar leche y comenzamos a dar pan,
nuestros niños espirituales seguirán siendo niños raquíticos
y no podrán iniciar su adolescencia.
¿Y el adulto? Veamos las palabras de Hebreos 5:13-14.
“Porque todo aquel que toma sólo leche, no está acostumbrado
a la palabra de justicia, porque es niño. Pero
el alimento sólido es para los adultos, los cuales por la
práctica tienen los sentidos ejercitados para discernir el
bien y el mal.” (BLA)
El alimento sólido, entonces, es aquello que uno disfruta
cuando quiere comprender más de la persona de Dios,
cuando uno no está satisfecho con conocer sólo algunas
verdades de Cristo sino que uno quiere conocer al Señor
más íntimamente.
“Porque quiero que sepáis qué gran lucha tengo por
vosotros y por los que están en Laodicea, y por todos los
que no me han visto en persona, para que sean alentados
sus corazones, y unidos en amor, alcancen todas las
riquezas que proceden de una plena seguridad de comprensión,
resultando en un verdadero conocimiento del
misterio de Dios, es decir Cristo, en quien están escondidos
todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento”.
(Colosenses 2:1-3 BLA)
El peligro para muchos jóvenes y adolescentes espirituales
es que quieren hablar, por ejemplo, de la predestinación,
cuando aún no han comido sufi ciente pan espiritual.
La consecuencia es que, lógicamente, se indigestan,
no la entienden. Aunque alguien sea capaz de explicarles
con claridad esa verdad de Dios, no la alcanzan a comprender
y se rebelan pues les parece que si no lo entienden
en ese momento, entonces nunca lo podrán entender.
Recuerdo que cuando yo era muchachito fuimos un día
a escuchar a un destacado predicador y misionero que
había venido de visita a nuestra iglesia. Todos estábamos
enfurecidos porque no podíamos comprender este tema
de la predestinación. Llenos de rebeldía nos dijimos: “Vamos
a ametrallar a preguntas al predicador para que nos
explique esta cuestión.” Sin embargo, cuando tratamos
de hacerlo, él nos dijo cordialmente: “Muchachos, no les
explicaré este asunto ahora.” Lo creímos un cobarde, y
hasta llegamos a suponer que tal vez ni siquiera él mismo
comprendía el tema. Pero antes de que nos marcháramos
este predicador nos advirtió: “Cuando ustedes crezcan
en la fe del Señor, El les enseñará y les abrirá el entendimiento”.
Lo que sucedía era que este sabio anciano
temeroso de Dios, era consciente de que un niño o un
adolescente espiritual no pueden comprender temas de
adultos en la fe.
Cuando una criatura de dos o tres años tiene un hermanito
y va a visitarlo al hospital, quiere saber cómo llegó
allí. Hay que hablarle con mucho cuidado y sabiduría
pues su mente infantil no puede llegar a comprender
hechos que deberá ir sabiendo a medida que crezca. Ya
habrá tiempo para todos los detalles y todos los hechos.
El conocimiento tiene que ser gradual. De la misma
manera, cuando crecemos en la fe y llegamos a la madurez,
las cosas van haciéndose más claras sin necesidad
de luchar ni discutir, porque de manera gradual y dosifi -
cada vamos conociendo a Dios en la profundidad de su
Persona.
Hay que esperar a la madurez para el alimento sólido,
pero cuando llega el tiempo adecuado para tomarlo,
¡cuán nutritivo resulta!

LA EFECTIVIDAD EN CADA ETAPA
Veamos ahora la efectividad de cada grupo. En la parábola
del sembrador de Mateo 13, el Señor nos dice que hay
cuatro clases de corazones, pero que fi nalmente hay un
solo grupo de personas que da fruto. En Mateo 13:23
leemos: “Mas el que fue sembrado en buena tierra, éste
es el que oye y entiende la palabra, y da fruto; y produce
a ciento, a sesenta y a treinta por uno.”
El niño espiritual aunque es niño produce fruto para el
Señor porque es un hijo de Dios. El mero hecho de que
Cristo vive en él como Salvador es, en sí, un fruto. La
presencia de Cristo ha hecho algo en él, pero aunque hay
fruto, aún no es satisfactorio. Produce un 30%.
Cuando el niño espiritual toma el yugo de Cristo y entra a
la adolescencia espiritual, empieza a rendir más. Produce
un 60%.
Más tarde la persona llega a la madurez en Cristo y da
fruto al 100%. Esta es mi ambición espiritual, dar fruto al
ciento por ciento.
También en el capítulo 15 de San Juan vemos estas tres
maneras de dar fruto. En este pasaje que habla de la vid
y los pámpanos, hallamos la misma verdad en términos
muy similares a los de Mateo 13. “Todo pámpano que en
mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto,
lo limpiará, para que lleve más fruto” (Juan 15:2). “Yo
soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en
mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados
de mí nada podéis hacer” (v.5).
Cuando en el v.2 dice “todo aquel que lleva fruto”, Jesucristo
se está refi riendo al creyente que produce un 30%.
El Señor lo limpiará (es decir lo podará), irá creciendo, se
transformará en un adolescente espiritual y llevará más
fruto, o sea el 60%.
Pero aquí no acaba todo. Bien dice el Señor que su deseo
es “que llevéis mucho fruto” (v.8), y luego lo aclara aun
más “y vuestro fruto permanezca” (v.16). En un sentido
puede afi rmarse que el cristiano maduro en Cristo produce
mucho fruto y fruto que permanece, es decir fruto
en un 100%--a pesar de que posiblemente no siempre
tengamos el 100% de productividad.
Ahora bien, ¿en qué sentido es posible dar fruto al 100%?
En el sentido de que adondequiera que va el creyente
maduro en espíritu, todo lo que hace, toca, mira, habla,
todo lugar a que asiste, todo produce fruto. La razón es
que ese cristiano vive en dependencia de humildad y
mansedumbre ante el Señor que mora en su corazón.
El adulto en Cristo no se está preguntando continuamente:
“Estoy andando con el Señor? ¿Dije lo correcto?
¿Me he equivocado?” No se lo pregunta todo el tiempo
porque sabe que es maduro en Cristo y que, en consecuencia,
todo lo que hace es fruto a los ojos del Señor. El
fruto es traer gloria a Dios por estar cumpliendo su voluntad.
Por ejemplo, el Señor está produciendo fruto a través de
mí mientras yo trato con usted este tema. Al estar en mi
hogar, tal vez tenga que arreglar algún artefacto descompuesto;
conversaré con mi esposa, pasaré tiempo con mis
hijos, me prepararé para dar un mensaje...y en todo habré
de producir fruto pues estoy viviendo en la voluntad de
Dios, quien está obrando a través de mí y estará siendo
glorifi cado porque yo cumplo su voluntad.
Producir fruto no es sólo ganar almas y conseguir deci
siones para Cristo. Quizás por este mito muchos se preocupan
tanto y de manera exagerada quieren forzar a la
gente a tomar una decisión por Jesucristo. Si hay conversiones,
entonces dirán: “Eso sí es fruto. ¡Cuántas almas
se han salvado!” las almas ganadas para Dios son parte
del fruto, indudablemente, pero no es eso todo el fruto
del cristiano. El fruto es la gloria de Dios.
Como cristianos tenemos la seguridad de que si andamos
y descansamos en el Señor Jesús, todo lo que hacemos
(hasta las cosas más insignifi cantes de la vida) está dando
fruto para Dios—si es que vivimos en Su voluntad. El
secreto está en que hagamos lo que Dios quiere.
Tres Distintos Conceptos sobre el pecado
El concepto de pecado para quien es aún infantil en la fe,
es el de las apariencias. Es notable que cuando alguien se
convierte a Cristo y tiene oportunidad de dar testimonio
de lo que Dios ha hecho en su vida—y esto sucede en
todos los países del mundo—todos dicen casi lo mismo.
Por lo general es algo así como: “Hermanos, doy gracias
a Dios que antes me dedicaba mucho a la bebida, pero
ahora ya no tomo alcohol. Antes fumaba dos paquetes de
cigarrillos por día, pero ahora dejé de fumar. Antes me
juntaba con mis amigos e iba a todo tipo de fi estas, pero
ahora ya no quiero salir tanto. Antes gastaba dinero en
juegos y apuestas, pero ahora he dejado eso”.
Escuchamos el testimonio, pensando: “¡Qué bueno que
el Señor lo haya librado de esos vicios externos!” Sin
embargo hay cristianos que después de treinta años de
haber recibido a Cristo, al tener oportunidad de dar testimonio,
se ponen en pie y siguen diciendo: “Hermanos,
doy gracias a Dios porque ya no me emborracho ni fumo
ni juego”. Treinta años y continúan con el mismo testimonio...
Otro tal vez dirá: “Yo antes era un religioso muy devoto,
pero ya no”. ¡Eso ocurrió hace treinta años! No obstante,
el hermano todavía es niño en la fe, todavía está ocupado
con cosas externas, y se “gloría en las apariencias”, al
decir del apóstol Pablo.
Por otra parte, hay muchos predicadores que desde el
púlpito sólo se preocupan por atacar las apariencias de
los cristianos, hablando constantemente en contra de las
mujeres que llevan mucho maquillaje, o los jóvenes de
cabello largo, o las jovencitas a quienes agrada mucho la
moda, o los hombres que no siempre van a la iglesia con
saco y corbata, o los cristianos que van al cine...Es una
señal de que ni siquiera el pastor ha crecido. Es un niño,
y no debiera ocupar el púlpito hasta haber comida pan
espiritual y haber crecido un poco. Que Dios nos libre de
las preocupaciones por lo infantil y nos conceda llegar
pronto a la madurez en Cristo.
“Cuando yo era niño...pensaba como niño...pero cuando
llegué a ser hombre, dejé las cosas de niño,” dice Pablo
en 1 Corintios 13:11 (BLA). Está bien que los recién
convertidos testifi quen que no fuman más, que ya no toman,
que ya no tienen la diversión como meta principal
o que hayan cambiado en su apariencia externa; pero una
vez que ya hemos vivido la vida cristiana por un tiempo,
debemos dejar de preocuparnos por niñerías. Seamos
adultos en Cristo. Si no lo hacemos, una de las tristes
consecuencias es que la gente dirá: “Ah, ustedes son de
los cristianos que no hacen esto ni lo otro y no van aquí
ni allá..” En realidad yo no quiero ser conocido como un
cristiano que no hace sino como un cristiano que disfruta
de la vida porque Cristo es su glorioso salvador, un cristiano
que goza de comunión con Dios.
Hay algunos versículos muy apropiados para este tema:
“Si habéis muerto con Cristo a los principios elementales
del mundo, ¿por qué, como si aún vivierais en el mundo,
os sometéis a preceptos tales como: no manipules, ni
gustes, ni toques (todos los cuales se refi eren a cosas destinadas
a perecer con el uso) según los preceptos y enseñanzas
de los hombres? Tales cosas tienen a la verdad,
la apariencia de sabiduría en una religión humana, en la
humillación de sí mismo y en el trato severo del cuerpo,
pero carecen de valor alguno contra los apetitos de la
carne.” (Colosenses 2:20-23) BLA).
Muy a menudo los hermanos que se ocupan sólo de apariencias
son quienes menos alcanzan a vencer las tentaciones
básicas de la carne.
Y ¿cuál es el concepto que el adolescente espiritual tiene
sobre el pecado? El ha ido más allá de lo externo para
empezar a darse cuenta de que el pecado no consiste
simplemente en lo externo. Empieza a darse cuenta de
que el pecado brota de adentro, y se mira a sí mismo con
cuidado. Descubre que el pecado nace de las pasiones de
su corazón, que en su alma hay ambición egoísta. Deja
por lo tanto de preocuparse sólo por lo externo y trivial, y
desea tener un lugar visible dentro de la obra de Dios.
En muchas ocasiones este adolescente espiritual se halla
luchando contra el sexo y las relaciones sexuales prematrimoniales.
Se ha olvidado del cine, del cigarrillo,
del mucho maquillaje, de los cuestionamientos pueriles,
y empieza a poner su atención en cosas más profundas
que la mera superfi cie. Es entonces que resiente la autoridad
de los demás, que quiere rechazar lo que considera
restricción arbitraria. (Recordar que todo adolescente es
rebelde y turbulento.) Son las primeras señales de hallarse
en la adolescencia espiritual.
Además se da cuenta de que quiere ser oído, quiere expresar
sus opiniones, ser conocido y reconocido. Inicia
una lucha contra los pecados internos, reconoce que lo
externo tiene poco valor y da más importancia a alo interior.
Comprende un poco más del signifi cado de la vida
espiritual...pero aún no ha llegado a destino.
Una persona madura espiritualmente llega a un concepto
maduro del pecado. Ha descubierto que el origen de todo
pecado es el egoísmo y la altivez de espíritu. Ya ni siquiera
recuerda el tiempo en que no iba allá, no tomaba, no
hacía esto ni aquello. El tema del sexo ha quedado bajo
el control de Cristo; la ambición desmedida ha desaparecido;
el deseo de reconocimiento público se ha esfumado
porque Cristo es el Señor de su vida.
Podemos darnos cuenta del progreso en la vida cristiana
cuando dejamos de hablar de los pecados y comenzamos
a hablar del pecado. Y el pecado que en mí produce
los pecados es que mi “yo” se halle fuera del control de
Cristo. Yo soy mi problema más difícil, pero sé que la
situación se revertirá si dejo que Cristo controle mi “yo”.

LA COMPRENSION ESPIRITUAL
De los tres tipos de personas, el niño espiritual dice:
“Cristo es mío, Cristo es mío.” Para él Cristo es una
adquisición un tanto egoísta y está usando a Dios, pero
porque es un niño. Los hijos usan a los padres cuando por
ejemplo lloran para darles a entender que tienen hambre.
Saben que si lloran y reclaman lo sufi ciente, el padre o la
madre tendrá que darles de comer.
El nuevo creyente siempre está pensando: “Cristo es mío.
Dios es mi Padre. El ha prometido darme. Yo quiero. Señor,
dame.” Es un niño, y es normal que proceda de esta
manera. A todos nos agrada que los hijos vengan a hacernos
distintos pedidos. Para eso están los padres, para
ayudar y complacer a los hijos pequeños.
Pasemos a la adolescencia. El adolescente espiritual se
da cuenta de que necesita a Cristo íntimamente y declara:
“Yo no puedo solo. Con Cristo sí podré vencer.” Piensa
en términos de que Cristo “está aquí” y “yo estoy cerca
de él. El Señor y yo caminamos juntos.” El adolescente
espiritual sabe que puede pedir ayuda al Señor pues
camina junto a El. Se da cuenta de que no puede luchar
contra la tentación por sí solo, por eso vive en función de
“Cristo y yo”.
Pero el que está entrando a la madurez espiritual, se dice:
“No ya yo, sino Cristo.” Para el cristiano maduro, el “yo”
deja de tener importancia. Ya no dice “Cristo es mío”, ni
“Cristo y yo”. Ni siquiera declara que “El debe crecer y
yo menguar.” Sino que afi rma:”No ya yo. Cristo vive en
mí.”
La madurez espiritual es el período de la vida en que al
comenzar cada día uno dice: “Tengo este día por delante,
pero no soy yo quien tiene que hacerle frente. No yo
porque Cristo vive en mí. Viviré confi ando en el Hijo de
Dios, quien me amó y se entregó a sí mismo por mí, y
ahora vive en mi ser.”

LAS LUCHAS INTERNAS
El niño espiritual lucha con el mundo, pues está sumamente
consciente del mundo que lo rodea. Uno sabe que
un predicador es un niño en la fe cuando siempre habla
de mundanalidad y siempre está citando las palabras de
1 Juan 2:15, “No améis al mundo ni las cosas que están
en el mundo.” Sucede que como ellos son niños en la fe,
suponen que todos los demás también lo son.
El adolescente espiritual lucha con la carne. El antídoto
para este problema es Dios mismo:”No améis al mundo...
Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en
él.” Cuando alcance a captar que el Padre le ama de
manera sobrenatural, su preocupación por el mundo en
sí acabará. La lucha con la carne debe pelearse con una
vida en el Espíritu Santo: “Andad en el Espíritu, y no
satisfagáis los deseos de la carne” (Gálatas 5:16). Si el
adolescente espiritual está luchando por ejemplo contra
la ambición personal y se rebela contra la autoridad, tiene
que obedecer el llamado divino: “Sed llenos del Espíritu.”
La lucha del adulto espiritual es contra Satanás y el
antídoto contra Satanás es Jesucristo. Es poco lo que
en nuestro medio sabemos de la lucha contra Satanás y
contra las huestes del mal, tal vez por eso los cristianos
no llegan a la madurez. Reconozco que no lo sé todo en
cuanto a la guerra con Satanás, pero la experimento en mi
vida—sobre todo cuando hacemos un esfuerzo masivo de
evangelismo—y he hablado con hermanos que también
la han experimentado. Lo que sí sabemos, pues la Biblia
así lo asegura, es que no sólo podremos luchas contra
Satanás sino que también podremos ganar la batalla si luchamos
en el poder de Cristo, el Cristo que “vive en mí”.

MIEMBROS DE LA IGLESIA
Como miembro de la iglesia, el creyente recién convertido
es, en su niñez, muy inestable. Es un niño fl uctuante:
“Para que ya no seamos niños sacudidos por olas y llevados
de aquí para allá por todo viento de doctrina, por
la astucia de los hombres, por las artimañas engañosas
del error” (Efesios 4:14 BLA). Cualquier viento de doctrina
lo arrastra, trastorna e inquieta. Es llevado de aquí
para allá porque es un niño. Es por ello que cuanto an
tes crezca, tanto mejor para nuestro continente y para el
evangelismo.
Por su parte, como miembro de la iglesia el adolescente
espiritual es una persona muy refrescante. Siempre tiene
preguntas, quiere saber más y no cree en algo sólo porque
el predicador lo dijo. Sin embargo, lamentablemente a
menudo el pastor teme a esta clase de creyentes, en especial
por las constantes preguntas a fl or de labios, algunas
difíciles. Dichos predicadores escapan a la responsabilidad
de una respuesta justa y honesta, y utilizan cualquier
evasiva.
Nosotros también cometemos el mismo error cuando
no hemos alcanzado la madurez, seamos predicadores o
laicos. Cuando en la congregación un adolescente espiritual,
lleno de ánimo, vigor e inquietudes desea hacer
preguntas y discutir sobre distintas cuestiones, ansiamos
que se siente y le decimos que no sea rebelde y se calle.
Debiéramos gozarnos, diciendo: “Gloria a Dios, aquí hay
por lo menos un hermano que quiere formular una pregunta;
aquí hay alguien que quiere conocer más, le voy a
enseñar todo lo que sé.” Pero cometemos el error táctico
de aplastarlo diciéndole: “No hagas esas preguntas que
me molestas e incomodas.”
El adulto espiritual, en contraste, como miembro de la
iglesia es una persona de calma, certeza y peso. Es alguien
con quien los jóvenes se interesan en conversar y
a quien quieren hacer preguntas; es una persona de confi
anza, de tal manera que todo el que está en contacto
con ella tiene deseos de compartir pues lo siente como
un padre o madre en Cristo—o tal vez como un hermano
mayor—que tiene algo que dar y que otorga vigor a la
vida.

LAS RECOMPENSAS
Leemos en 1 Pedro 1:7 que cuando venga el Señor, el
premio será: “Alabanza, gloria y honra.” Estos son los
tres tipos de recompensas, según la etapa de la vida cristiana.
Para los niños espirituales la recompensa es la alabanza:
“Entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios”
(1 Corintios 4:5).
Para quien muere en la adolescencia espiritual, la recompensa
es gloria de parte de Dios: “Cuando Cristo, vuestra
vida se manifi este, entonces vosotros también seréis
manifestados con él en gloria” (Colosenses 3:4).
Y para aquel que ha dejado esta tierra viviendo en la
madurez espiritual, está reservada la honra y el honor
del Padre: “Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará”
(Juan 12:26).
Quiera Dios que cada uno de nosotros crezcamos hasta
la madurez espiritual. El efecto ha de sentirse en todo
el país, en el continente, en el mundo entero, porque los
padres espirituales—los adultos en Cristo—estarán produciendo
hijos espirituales a su misma imagen.
Será entonces que en la tierra toda sentiremos el impacto
producido por hombres y mujeres maduros en Cristo.

CONOCIENDO LA VOLUNTAD DE DIOS,
UN PROCESO GRADUAL DURANTE
TODA LA VIDA
Antes de concluir quiero hacer algunas observaciones
con respecto a este tema tan crucial en la vida de un
cristiano. La voluntad del Padre. ¿Cómo puedo saber
que estoy andando en comunión con el señor, que estoy
produciendo los frutos del cristiano maduro? En nuestra
mente siempre está la pregunta: ¿Cómo puedo conocer la
voluntad de Dios para mi vida?
Las respuestas han sido muchas y muy variadas, sin
embargo creo que en el siguiente versículo está la clave
de esta cuestión: “Y la paz de Dios gobierne en vuestros
corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo
cuerpo; y sed agradecidos” (Colosenses 3:15).
A pesar de que creo que el versículo es muy claro, cuando
vamos al original griego es más claro aun: “Y que
la paz de Dios gobierne en vuestros corazones como un
árbitro...” Está hablando de un árbitro como el que controla
los partidos de fútbol.
Cuando juego al fútbol, sé que estoy jugando correctamente
y que no he cometido faltas mientras no oiga el
silbato del árbitro. Siguiendo con el símil, si estoy corriendo
con la pelota, o si me hacen un pase y estoy cerca
de la meta del contrario, me voy perfi lando solo, pienso
que ya puedo hacer el gol, y de pronto oigo el silbato, sé
que algo anda mal. Detuvieron el juego pues hubo una
infracción.
La paz de Dios en nuestro corazón es como el árbitro.
Mientras todo esté bien entre mi Dios y yo, no se oirá
nada alarmante. Si oigo el silbato en el corazón, algo
anda mal. Y el silbato sonará fuerte y claramente como
en un partido de fútbol profesional.
Si ando bien con el Señor, “jugando el partido” de acuerdo
a su voluntad, la paz seguirá inalterada; pero en el
momento en que yo haga algo que no está de acuerdo a
Su voluntad, suena el silbato espiritual, es decir, la paz de
Dios desaparece de mi alma.
Si un cristiano siente dudas en cuanto a decir o hacer
algo, lo mejor es estarse quieto. Es por ello que si el
corazón está latiendo con demasiado nerviosismo, es
mala señal, y el cristiano no debería avanzar en el camino.
Todos hemos tenido esa experiencia. Tal vez estamos
preparados para decir algo o hacer alguna proposición,
y sentimos que el corazón casi se nos sale del pecho. Si
no hacemos caso a esta señal de “pare”, cuántas veces
hemos de arrepentirnos por nuestra necedad en el decir o
el obrar.
La paz de Dios en el corazón es una de las grandes claves
de la dirección de Dios en la vida cristiana.
Si usted desea hacer algo que es lícito, normal y bueno,
pero siente intranquilidad, es una advertencia de peligro,
y por lo tanto debiera hacer caso a la señal del Espíritu
Santo. Para obrar según la voluntad de Dios no es sufi -
ciente querer hacer su voluntad sino que la paz de Dios
debe gobernar en nuestro corazón.
Habremos llegado a la madurez en Cristo cuando andemos,
obremos, hablemos y nos comportemos con el convencimiento
de que Dios está obrando en nosotros. Sólo
habrá qu8e detenerse si caemos en la cuenta de que la paz
de Dios ha desaparecido.
¡Qué feliz y codiciable es la experiencia de la paz de
Dios gobernando el corazón!
Si desea hacer preguntas con respecto a este tema o si
tiene dudas sobre algún asunto espiritual, no dude en escribirnos
a cualquiera de las direcciones que menciono:
Casilla de Correo 4949
1000 Buenos Aires, Argentina
E-mail: aelp@palau.org

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