Patricio G. Moya Lizana
“Buscad primeramente el reino de Dios
y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”
Mat. 6:33.
La justicia de Dios, dice Jesús, es lo
primero a buscar en esta vida. El alimento y la vestimenta son asuntos
menores en comparación con esa justicia. Dios
dará esas cosas menores por
añadidura, de manera que no es necesario preocuparse ni entregarse a la
desesperación;
“El reino de Dios y su justicia debieran ser el único objeto de la
vida”.
En 1ª de Corintios 1:30 dice que Cristo
nos fue hecho tanto justificación como sabiduría; y puesto que Cristo es la
sabiduría de Dios, y en Él habita toda la plenitud de la divinidad
corporalmente, es evidente que la justicia que Él fue hecho por nosotros, es la
justicia de Dios. Veamos en qué consiste esa justicia:
Salmo
119:172; el salmista declara: “Mi lengua canta tu Palabra, porque todos tus
mandamientos son justicia”.
Los
mandamientos son justicia, son la justicia de Dios. Para comprenderlo leamos lo
siguiente:
Isaías. 51:6,7; “Alzad
al cielo vuestros ojos, y mirad abajo a la tierra; porque el cielo se
desvanecerá como humo, y la tierra se envejecerá como ropa de vestir. De la
misma manera perecerán sus habitantes. Pero
mi salvación será para siempre, y mi justicia no será abolida. Oídme, los que
conocéis justicia, pueblo en cuyo corazón está mi Ley. No temáis afrenta de
hombre, ni desmayéis por sus reproches”.
¿Qué nos enseña
lo anterior? Que aquellos que conocen la justicia de Dios son aquellos en cuyos
corazones está su ley, y por lo tanto, que la ley de Dios es la justicia de
Dios.
Esto se puede
demostrar también de esta otra forma:
1 Juan 5:17; “Toda
injusticia (mala acción) es pecado”.
1 Juan 3:4; “Todo
el que comete pecado, quebranta la Ley, pues el pecado es la trasgresión de la
Ley”.
El pecado es la
trasgresión de la ley, y es también injusticia; por lo tanto, el pecado y la
injusticia son idénticos. Pero si la injusticia
es la trasgresión de la ley, la justicia debe ser la obediencia a la ley. O,
para expresarlo en forma de ecuación:
Injusticia = pecado
(1 Juan 5:17)
Trasgresión de la ley =
pecado. (1 Juan 3:4)
De acuerdo con
el axioma de que dos cosas que son iguales a una tercera, son iguales entre sí,
tenemos que:
Injusticia = trasgresión de
la ley.
Y enunciado la
misma igualdad en términos positivos, resulta que:
Justicia = obediencia a la
ley.
¿QUÉ LEY ES AQUELLA CON
RESPECTO A LA CUAL LA OBEDIENCIA
ES JUSTICIA, Y LA DESOBEDIENCIA PECADO?
Es la ley que
dice, “No codiciarás”; Puesto que el
apóstol Pablo afirma que esa fue la ley que lo convenció de pecado. Rom. 7:7. La ley de los diez mandamientos, pues,
es la medida de la justicia de Dios. Siendo que es la ley de Dios, y que es
justicia, tiene que ser la justicia de Dios. No hay ciertamente ninguna otra
justicia.
Puesto que la
ley es la justicia de Dios, es una trascripción de su carácter, es fácil ver
que el temer a Dios y guardar sus mandamientos es todo el deber del hombre. Ecl. 12:13.
No piense nadie
que su deber será algo acotado y circunscrito al confinarlo a los diez
mandamientos, porque estos son “inmensos”
Sal. 119:96. “La ley es espiritual”, y abarca mucho más de lo que el lector
común puede discernir a primera vista.
1 Cor. 2:14; “Porque el hombre natural
no percibe las cosas del Espíritu de Dios, porque le son necedad; y no las
puede entender, porque se han de discernir espiritualmente”.
Solamente
aquellos que meditan en la ley de Dios con oración, pueden comprender su
inmensa amplitud. Unos pocos textos de la Escritura bastarán para mostrarnos
algo de su amplitud.
En el sermón
del monte, Cristo dijo:
Mateo 5:21,22; “Oísteis que fue dicho a los antiguos: No
matarás. El que mata será culpable de juicio. Pero yo os digo, cualquiera que
se enoje con su hermano, será culpable de juicio; cualquiera que diga a su
hermano:
Imbécil será culpado ante el sanedrín. Y cualquiera que le
diga: Fatuo, estará en peligro del fuego del infierno”.
Mateo 5: 27 y 28; “Oísteis que fue
dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo, el que mira a una mujer para
codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón”. Esto no significa que los
mandamientos, “No matarás”, y “No
cometerás adulterio”, sean imperfectos, o que Dios requiera ahora de los
cristianos un mayor grado de moralidad del que requirió de su pueblo cuando se
les llamaba Judíos. Requiere lo mismo de todos los hombres, en todo tiempo. Lo
que hizo el Salvador fue simplemente explicar estos mandamientos, y mostrar su
espiritualidad.
A la acusación de los Fariseos de que
Él ignoraba y denigraba la ley moral, contestó diciendo que Él vino con el
propósito de establecer la ley, y que no podía ser abolida; y después explicó
el verdadero significado de la ley en una manera en que los convenció de
estarla ignorando y desobedeciendo.
Mostró que:
“Aun una mirada o un
pensamiento pueden ser una violación de la ley”
Esta ley, en verdad, discierne los
pensamientos y las intenciones del corazón.
CRISTO NO REVELÓ UNA VERDAD
NUEVA, SACÓ A LA LUZ UNA ANTIGUA VERDAD:
La ley
significaba tanto cuando Él la proclamó desde el Sinaí, como cuando la explicó
en aquel monte de Judea. Cuando, en tonos que sacudieron la tierra, dijo:
“No matarás”, significaba, “No cobijarás ira en el corazón; no
consentirás en la envidia, la contención, ni ninguna cosa que esté, en el más
mínimo grado, emparentada con el homicidio”
Todo esto y
mucho más está contenido en las palabras, “No
matarás”. Y así lo enseñó la Palabra inspirada del Antiguo Testamento.
Salomón mostró que la ley tiene que ver tanto con las
cosas invisibles como con las visibles, al escribir:
Ecl. 12:13,14; “El fin de todo el
discurso, es éste: Teme a Dios y guarda sus Mandamientos, porque éste es todo
el deber del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, incluyendo toda
cosa oculta, buena o mala”. Este es el argumento: el juicio alcanza a toda cosa
secreta; la ley de Dios es la norma en el juicio; es decir, determina la
calidad de cada acto, sea bueno o malo; por lo tanto, la ley de Dios prohíbe la
maldad tanto en los pensamientos como en los actos.
Así pues,
concluimos que los mandamientos de Dios contienen todo el deber del hombre.
Dice el primer mandamiento: “No tendrás otros dioses fuera de mí”.
El apóstol se refiere a algunos cuyo dios es el estómago, en Filipenses 3:19. Pero la glotonería y
la intemperancia son homicidio contra uno mismo; y así vemos que el primer mandamiento se extiende hasta el sexto.
Hay más,
también nos dice que la codicia es idolatría. Col. 3:5. No es posible
violar el décimo mandamiento sin violar el primero y el segundo. En otras
palabras, el décimo mandamiento converge con el primero; y resulta que el decálogo viene a ser un círculo cuya
circunferencia es tan abarcante como el universo, y que contiene dentro de
sí el deber moral de toda criatura. En suma, es la medida de la justicia de
Dios, quien habita la eternidad.
Es pues muy
evidente la declaración:
“Los hacedores de la ley serán
justificados”.
Justificar
significa hacer justo, o mostrar que uno es justo (o recto). Es evidente
que la obediencia perfecta a una ley perfectamente recta constituiría a uno en
una persona justa. El designio de Dios era que todas sus criaturas rindieran
una obediencia tal a la ley: así es como la ley fue ordenada para dar vida. Rom. 7:10.
Pero para que
uno fuese juzgado como “hacedor de la ley” sería necesario que hubiese guardado
la totalidad de la ley en cada momento de su vida. De no alcanzar esto, no se
puede decir que haya cumplido la ley.
“Nadie puede ser un hacedor de la ley si la ha cumplido solo en parte”
Es un hecho
triste, pero cierto, que
“No hay en la raza humana un sólo hacedor de la ley”
Porque los
Judíos y los Gentiles están “todos bajo pecado”; pues está escrito:
Rom. 3:9-12; No hay justo ni aun uno.
No hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, se
echaron a perder. No hay quien haga lo bueno, no hay ni aun uno”.
La ley habla a
todos los que están dentro de su esfera; y en todo el mundo no hay uno que
pueda abrir su boca para defenderse de la acusación de pecado que pesa contra
él. Toda boca queda enmudecida, y todo el mundo resulta culpable ante Dios
(vers. 19).
Rom. 3:23; “Por cuanto todos pecaron,
y están destituidos de la gloria de Dios”
Por lo tanto, aunque “los
hacedores de la ley serán justificados”, es de todo punto evidente que
Rom. 3: 20; “por las obras de la Ley ninguno será
justificado delante de él; porque por la Ley se alcanza el conocimiento del
pecado”.
LA LEY, SIENDO “SANTA Y
JUSTA Y BUENA”, NO PUEDE JUSTIFICAR AL PECADOR:
Es decir, una ley justa no puede declarar que el que
la viola es inocente. Una ley que justificara a un hombre malo, sería una
ley mala. No hay nada que criticar en el hecho de que la ley no pueda
justificar a los pecadores. Al contrario: eso la exalta. El hecho de que la ley
no declarará justos a los pecadores, no dirá que los hombres la han guardado,
siendo que la han violado, es en sí evidencia suficiente de que es una ley
buena.
Los hombres aplauden a un juez terrenal
incorruptible, uno que no puede ser sobornado, y que no declara inocente al
hombre culpable. Por lo mismo, debieran glorificar la ley de Dios, que no
presta falso testimonio.
Es la
perfección de la justicia, y por lo tanto está forzada a manifestar el triste
hecho de que nadie de la raza de Adán ha cumplido sus requerimientos.
Más aun, el
hecho de que hacer la ley sea pura y simplemente el deber del hombre muestra
que cuando él no lo alcanza en un punto particular, nunca la puede ya recobrar.
Los requerimientos de cada precepto de la ley son tan amplios, toda la ley es
tan espiritual, que un ángel no podría rendir más que simple obediencia.
“la ley es la justicia de Dios, una trascripción de su carácter”
Puesto que su
carácter no puede ser diferente de lo que es, se concluye que ni Dios mismo
puede ser mejor que la medida de bondad que su ley demanda. Él no puede ser
mejor de lo que es, y la ley declara lo que Él es.
¿Qué esperanza hay entonces para uno que
ha fallado, aunque sea en un precepto, de que pudiese añadir suficiente bondad como para recobrar la medida completa?
Aquel que
intenta hacer eso está intentando la absurda pretensión de ser mejor de lo que
Dios requiere: Sí, ¡aun mejor que Dios mismo!
Pero no es
simplemente en algo particular donde los hombres han fallado. Han errado en todo.
“Todos se
desviaron, se echaron a perder. No hay
quien haga lo bueno, no hay ni aun uno”. Y no esto solamente, sino que es imposible para el hombre caído, con su
poder debilitado, hacer ni un sólo acto que esté a la altura de la norma
perfecta.
Lo anterior no
necesita más prueba que volver a recordar el hecho de que la ley es la medida
de la justicia de Dios. De seguro no hay nadie tan presuntuoso como para
reclamar que ningún acto de su vida haya sido o pueda ser tan bueno como si
hubiera sido hecho por el Señor mismo. Todos deben decir con el salmista:
Sal. 16:2; “Fuera de ti no hay bien
para mí”. Este hecho está implícito en claras declaraciones de la Escritura.
Cristo, quien “no necesitaba que nadie le dijera nada acerca de los hombres,
porque él sabía lo que hay en el hombre”, Juan
2:25.
Dijo:
Marcos 7:21-23; “Porque de dentro,
del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, adulterios,
fornicaciones, homicidios, hurtos, avaricias, maldades, engaños, vicios,
envidias, chismes, soberbia, insensatez; todas estas maldades de adentro salen,
y contaminan al hombre”.
En otras
palabras, es más fácil hacer el mal que
hacer el bien, y las cosas que una persona hace de forma natural, son
maldad. La maldad yace en lo íntimo, es
parte del ser. Por lo tanto, dice el apóstol:
Rom. 8:7,8; “La mente carnal [o
natural] es contraria a Dios, y no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco
puede. Así, los que viven según la carne no pueden agradar a Dios”. Y en otro
lugar:
Gál. 5:17; “Porque la carne desea
contra el Espíritu, y el Espíritu contra la carne. Los dos se oponen entre sí,
para que no hagáis lo que quisierais”.
“La maldad es parte de la misma naturaleza del hombre”
Siendo heredada
por cada individuo según una larga línea de antecesores pecadores, es evidente
que cualquier justicia que proceda de él debe consistir solamente en “trapos de
inmundicia” Isaías. 64:6 al ser
comparada con el inmaculado manto de justicia de Dios.
El Salvador
ilustró la imposibilidad de que las buenas obras procedan de un corazón
pecaminoso en términos tan inequívocos como estos:
Lucas 6:44,45; “No hay buen árbol que
dé mal fruto, ni árbol malo que dé buen fruto. Cada árbol se conoce por su
fruto. No se cosechan higos de los espinos, ni de las zarzas se vendimian uvas.
El buen hombre, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno. Y el mal hombre
del mal tesoro de su corazón saca lo malo. Porque de la abundancia del corazón
habla la boca”.
Es decir, un
hombre no puede hacer el bien hasta que él no sea hecho bueno primeramente. Por
lo tanto, los actos realizados por una persona pecaminosa no tienen posibilidad
ninguna de hacerlo justo, sino que al contrario, proviniendo de un corazón
impío, son actos impíos, añadiéndose así a la cuenta de su pecaminosidad.
Sólo maldad
puede venir de un corazón malo, y la maldad multiplicada no puede resultar en
un solo acto bueno; por lo tanto, es vana la esperanza de que una persona mala
pueda venir a ser hecha justa por sus propios esfuerzos. Primero debe ser hecha
justa, antes de que pueda hacer el bien que se le requiere, y que desearía
hacer.
El asunto queda
pues así:
1.- La ley de
Dios es perfecta justicia, y se demanda perfecta conformidad con ella a todo
aquel que quiera entrar al reino de los cielos.
2.- Pero la ley
no tiene una partícula de justicia que poder dar a hombre alguno, porque todos
son pecadores e incapacitados para cumplir con sus requerimientos. Poco importa
cuán diligentemente o con cuánto tesón obre el ser humano, nada de lo que puede
hacer es suficiente para colmar la plena medida de las demandas de la ley. Es
demasiado elevada como para que él la alcance; no puede obtener justicia por la
ley.
“Por las obras de la Ley ninguno será justificado ante él”
¡Qué condición
tan deplorable! Debemos obtener la
justicia que es por la ley, o no podemos entrar al cielo. Y sin embargo, la ley no tiene justicia para ninguno de
nosotros. No premiará nuestros esfuerzos más persistentes y enérgicos con
la más pequeña porción de esa santidad que es imprescindible para ver al Señor.
¿Quién, entonces, puede ser
salvo?
¿Puede existir
una cosa tal como personas justas?. Sí, porque la Biblia habla con frecuencia
de ellas. Habla de Lot como “aquel hombre justo”. Leemos:
Isaías. 3:10; “Decid al justo que le irá bien, porque
comerá del fruto de sus acciones”. Indicando de esta manera que habrá personas
justas que recibirán la recompensa; y se declara llanamente que habrá por fin
una nación justa:
Isaías. 26:1,2; “En aquel día cantarán
este canto en tierra de Judá: Fuerte ciudad tenemos. Salud puso Dios por muros
y antemuros. Abrid las puertas, y entrará la gente justa, guardadora de
verdades”. David dijo:
Sal. 119:142; “Tu ley es la verdad”. No es solamente verdad, sino que es la suma
de toda la verdad.
En
consecuencia, la nación que guarda toda la verdad será una nación que guarda la
ley de Dios. Los tales serán hacedores de su voluntad, y entrarán en el reino
de los cielos. Mat. 7:21.
E L S E Ñ O R
E S N U E S T R A J U S T I C I A
Durante mucho
tiempo me afane y me frustre por alcanzar “la
idoneidad” de la que se hablaba en los círculos de la denominación a la
cual pertenecí durante 22 años, nadie parecía estar cumpliendo con la norma que
se imponían a sí mismos y a otros, comencé a estudiar por mi cuenta y me
maraville de encontrar textos de la Biblia que eran la respuesta a mi
inquietud; una palabra resonaba en mis oídos y mente: sustitución, comencé a hablar de
este tema y vi gran rechazo, tanta
critica a mi persona, de mis propios hermanos y pastores que al no poder contradecir la verdad bíblica,
atacaron mi vulnerabilidad corrupta echando a correr toda clase de chismes,
algunos fundamentados solo en mentiras, no gaste mi tiempo en defenderme.
Se dice que
esta doctrina hace a los hombres mas pecadores de lo que son (solicite a mi E-Mail el tema “La doctrina
de la gracia no induce a pecar de Spurgeon”), encontré que todos los
argumentos en contra de este tema eran producto de la ignorancia y también
porque las personas que la predicaban
tenían un pasado pecaminoso, que al igual que yo encontraron refugio en las
palabras de vida de un Salvador que vino a buscar lo que estaba perdido;
“Gloria a Dios que salió a mi encuentro y me adopto, me hizo su hijo,
por los méritos de Jesucristo”
Algunos lideres religiosos temen a esta
doctrina de la sustitución, porque temen a la libertad que Cristo prometió,
los maestros no quieren aprender y enseñar estas verdades que hacen libres las
conciencias de multitudes, algunos
maestros del pueblo tienen afanes estadísticos y no necesariamente están
preocupados por el bienestar espiritual del pueblo que deben llevar a pastos
frescos, mas bien están sirviendo como hombres de una compañía a los
intereses de la empresa que representan.
Resolví
trasladarme de ciudad y recomenzar en una iglesia donde no me acusaran, me
propuse guardar silencio, pero algunos amigos me hicieron predicar, en mi fuero
intimo yo quería hacerlo, cada vez que hablaba creaba discusiones teológicas.
Le pedí al
Señor que me llevara a un lugar donde me
permitieran enseñar, termine por la dirección de Dios en una “Iglesia de la misma denominación pero con
miembros Sordos”, una iglesia de discapacitados auditivos donde vi en los
dirigentes gran ignorancia del tema de la salvación, digo esto con respeto y
consideración ya que no quiero herir a nadie que lea este estudio, la verdad es
que hay gran ignorancia en esta denominación que es parte del pueblo de Dios cuyo nombre me reservo,
eran los típicos hermanos sinceros que aman su sociedad de creyentes o el
letrero que cuelga en la entrada de su templo sin conocer ni amar y menos aun
adorar al Dios de la Salvación, llegan a creer que son la única iglesia de Dios
exclusiva y excluyente.
Me enquiste en
los sordos, tengo un hijo sordo,
entendí el propósito de mi vida: Ser un
predicador y pastor en el ambiente de los sordos y liberar a los esclavos
de sus arrogantes amos religiosos (no generalizo) a los cuales entregaron sus conciencias.
Acuso drásticamente desde esta
tribuna que hay conciencias atormentadas
con doctrinas de terror y temores de maldición de parte de Dios que solo se
fundamentan en las palabras de falsos guías y falsos
pastores, buhoneros y mercenarios del evangelismo.
Junto a mi
familia y el apoyo de mi amada esposa Patricia y compañera de toda la vida
hemos fundado por orden de Dios y con el respaldo y confirmación permanente del
Espíritu Santo el:
Ministerio Interdenominacional
Cristiano Evangélico para Sordos y Oyentes
“M. I. CR. E. S.”
Al escribir
estas líneas estoy viviendo fuertemente la oposición satánica a la obra que
Dios me encomendó; Cansa escuchar chismes en mi contra que vienen de personas
que se dicen hermanos o cristianos, se alimentan de alguna carroña sembrada por
Satanás, lamentablemente han
surgido afirmaciones erróneas y rumores dirigidos a desacreditar nuestro
ministerio y particularmente mi persona; eso es muy doloroso, tristemente la sospecha ha tomado el lugar de la verdad
y la oración ha sido desplazada por el chisme malintencionado, se han dicho cosas en contra del ministerio
que han llevado a otras personas a cuestionar nuestra credibilidad, y se nos
hace difícil mantener el silencio y seguir adelante en gracia, toda vez que
falsos hermanos se han apartado del espíritu cristiano, pasando a llevar las
Escrituras y las ordenes de Jesús.
Es tiempo de terminar con esta
intromisión infernal con un ministerio que busca honrar a Dios y no a los
hombres, seguiremos adelante, tenemos el corazón herido pero nuestra confianza es que Dios reivindicará
nuestra integridad, el Señor Jesús es nuestro abogado y el bálsamo que
necesitamos;
“Nos tenemos por
bienaventurados cuando alguien dice toda clase de mal contra nosotros
mintiendo”
A veces deseo
renunciar a la predicación y aislarme a estudiar y escribir, pero no puedo,
algo me empuja, es el Espíritu Santo; Le digo, si quieres que continúe
predicando y enseñando cambia este estado de oposición que tengo y el Señor me
responde “bástate mi gracia”.
Otra cosa mas, la obra de la
predicación no me ha enriquecido, al contrario, veo en mi derredor más carencias que antes; aunque he visto a algunos
que se dicen “obreros” de Dios progresar materialmente y desarrollar la
teología de la prosperidad como el todo del hombre, tengo un tema sobre
“prosperidad que estoy por publicar para mis lectores.
Sé que estoy
entrando al ocaso de mi vida terrenal y ruego a mi Dios: “Señor haz de mi un
predicador de tu verdad y no un esclavista de conciencias: y si el obrero es
digno de su salario, mantenme del pan necesario para seguir con la tarea de
predicar el evangelio hasta el fin de mis días”.
¿CÓMO PUEDE OBTENERSE LA
JUSTICIA REQUERIDA PARA
QUE UNO PUEDA ENTRAR EN LA
CIUDAD CELESTIAL?
Responder a
esta pregunta es la gran obra del evangelio. Detengámonos primeramente en una lección objetiva, o ilustración, sobre
la justificación o impartimiento de la justicia (rectitud). El ejemplo nos
puede ayudar a comprender mejor el concepto.
Lucas 18:9-14
“Para algunos que se tenían por justos, y menospreciaban a los demás, les contó
esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, el otro
publicano. El fariseo oraba de pie consigo mismo, de esta manera: Dios, te doy
gracias, que no soy como los demás hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni
aun como este publicano. Ayuno dos veces por semana, y doy el diezmo de todo lo
que gano. Pero el publicano quedando lejos, ni quería alzar los ojos al cielo,
sino que golpeaba su pecho, diciendo: Dios, ten compasión de mí, que soy
pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado, pero el otro no.
Porque el que se enaltece será humillado; y el que se humilla, será enaltecido”.
Esto fue escrito para mostrarnos cómo no debemos alcanzar
la justicia, y cómo sí la debemos
alcanzar.
“Los fariseos no se han extinguido; hay muchos en estos días que
esperan obtener la justicia por sus propias buenas obras”
Hemos creado
una iglesia de hombres y mujeres que confían en sí mismos de que son justos. No
siempre se jactan abiertamente de su bondad, pero muestran de otras maneras que
están confiando en su propia justicia. Quizá el espíritu del fariseo, el
espíritu que enumera a Dios sus propias buenas obras como razón del favor
esperado, está tan extendido entre aquellos profesos cristianos que se sienten
postrados en razón de sus pecados, como pueda estarlo en cualquier otra parte.
Saben que han
pecado, y se sienten condenados. Se lamentan por su situación pecaminosa,
deploran su debilidad pero no se atreven
a acercarse a Dios en oración. Después de haber pecado en un grado más intenso
de lo usual, se abstienen de orar por algún tiempo, hasta que haya pasado el
sentido más acusador de su fracaso, o hasta que se imaginan que lo han
compensado mediante un comportamiento especialmente bueno, yo mismo lo viví cientos de veces.
¿Qué manifiesta lo anterior?
Ese espíritu farisaico dispuesto a hacer
ostentación de su justicia ante Dios; que no acude a Él a menos que pueda
apoyarse en el falso puntal de su imaginada bondad personal. Quieren poder
decirle al Señor, “¿Ves lo bueno que he sido en los últimos días? Seguramente
me aceptarás ahora”.
¿Pero cuál es
el resultado?, El hombre que confió en su propia justicia no tenía ninguna,
mientras que el hombre que oró en contrición de corazón: “Dios, ten compasión de mí, que soy pecador”, se fue a su casa como un
hombre justo. Cristo dice que se fue justificado, es decir, como recto.
Es preciso
observar que el publicano hizo algo más que lamentar su pecaminosidad: pidió
misericordia
.
¿Q U É E S L
A M I S E R I C O R D I A?
“Es el favor inmerecido. Es la disposición a tratar a un hombre mejor
de lo que
se merece, es amar al que no merece ser amado, amar al miserable”
“Como es más alto el cielo
que la tierra, así engrandeció su inmensa misericordia por los que lo
reverencian”. Salmos 103: 11.
Es decir, la
medida con que Dios nos trata mejor de lo que merecemos cuando acudimos a Él
con humildad, es equivalente a la distancia entre la tierra y el más alto
cielo. ¿Y como nos trata mejor de lo que
merecemos?, Alejando nuestros pecados de nosotros; ya que el siguiente
versículo dice:
1 Juan 1:9;
“Cuanto está lejos el oriente del occidente, alejó de nosotros nuestros
pecados”. Con esto concuerdan las palabras del discípulo amado: “Si confesamos nuestros pecados, Dios es
fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de todo mal”.
Miqueas 7:18,19;
“¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de
su heredad? No retiene para siempre su enojo, porque se deleita en su invariable misericordia. Dios volverá a
compadecerse de nosotros, sepultará
nuestras iniquidades, y echará nuestros pecados en la profundidad de la mar”.
¿C Ó M O S E C
O N C E D E L A J U S T I C I A?
El apóstol
Pablo, tras haber probado que todos pecaron y que están destituidos de la
gloria de Dios, de forma que por las obras de la ley ninguno será justificado
ante Él, prosigue afirmando que:
Rom. 3:24-26; “siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la
redención que es en Cristo Jesús; a quien Dios puso como propiciación por medio
de la fe en su sangre, para mostrar su justicia, a causa de haber pasado por
alto, en su paciencia, los pecados cometidos anteriormente, con la mira de
mostrar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que
justifica al que es de la fe de Jesús”.
“Siendo justificados gratuitamente.
¿De qué otra
manera podía ser? Puesto que los mejores esfuerzos de un hombre pecaminoso no
tienen el menor efecto en cuanto a producir justicia, es evidente que la única
manera en la que es posible obtenerla es como un don. Pablo la presenta claramente
como un don.
Rom. 5:17;
“Porque, si por el delito o pecado de uno reinó la muerte, mucho más reinarán
en vida por uno solo, por Jesucristo, los que reciben la abundancia de la
gracia y del don gratuito de la justicia”.
“Es debido a que la justicia es un don, que la vida eterna, que es la
recompensa de la justicia, es el don de Dios mediante Cristo Jesús Señor
nuestro”
Cristo ha sido
establecido por Dios como el Único a través
de quien puede obtenerse el perdón de los pecados; y este perdón consiste
simplemente en la declaración de su justicia (que es la justicia de Dios) para
remisión de los pecados.
Dios, “Que es rico en misericordia” (Efe.
2:4), y que se deleita en ella, pone su propia justicia sobre el pecador que
cree en Jesús, como sustituto por
sus pecados.
Se trata de un
intercambio extremadamente beneficioso para el pecador. Y no es pérdida para
Dios, ya que es infinito en santidad, y es imposible que la fuente resulte
disminuida.
La Escritura
que acabamos de considerar (Rom. 3:24-26)
no es sino otra forma de exponer la idea contenida en los versículos 21 y 22,
en el sentido de que por las obras de la ley nadie será justificado.
El apóstol
añade: “Pero ahora, aparte de toda la ley, la justicia de Dios se ha manifestado
respaldada por la Ley y los Profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en
Jesucristo, para todos los que creen en él”.
“Dios pone su justicia sobre el creyente, lo cubre con ella, para que
su pecado no aparezca más”
Entonces el que
ha sido perdonado puede exclamar con el profeta:
Isaías. 61:10;
“En gran manera me gozaré en el Eterno, me alegraré en mi Dios; porque me
vistió de vestidos de salvación, me rodeó de un manto de justicia, como a novio
me atavió, como a novia ataviada de sus joyas”.
¿Q U É H A Y
S O B R E “L A J U S T I C I A D E D
I O S
S I N
L A L E Y?”
¿Cómo concuerda
esa declaración con aquella otra de que la ley es la justicia de Dios, y que
fuera de sus requerimientos no hay justicia? No hay aquí contradicción. La ley
no es algo ajeno a este proceso. Observemos cuidadosamente: ¿Quién dio la ley?, Cristo. ¿Cómo la pronunció?, “Como uno teniendo
autoridad”. ¡Como Dios! La ley salió de
Él tanto como del Padre, y es simplemente una declaración de la justicia de
su carácter. Por lo tanto,
“La justicia que viene por la fe de Cristo Jesús es la misma justicia
que está personificada en la ley”
Tratemos de
imaginar la escena: De un lado está la ley como testigo contra el pecador. No
puede cambiar, y nunca declarará justo al que es pecador. El pecador convicto
trata vez tras vez de obtener justicia de la ley, pero esta resiste todos sus
avances. No resulta posible sobornarla con ninguna cantidad de penitencias o
profesas buenas obras. Pero entra en escena Cristo, tan “lleno de gracia” como
de verdad, y llama al pecador a sí. El pecador, cansado finalmente de su vana
pelea por conseguir la justicia mediante la ley, oye la voz de Cristo, y corre
a sus brazos tendidos.
“Refugiándose en Él, queda cubierto con la justicia de Cristo; y
resulta que ha obtenido, mediante la fe en Cristo, aquello que tanto procuró en
vano”
Tiene la
justicia que la ley requiere, y se trata del artículo genuino, porque lo obtuvo
de la Fuente de la Justicia; del mismo lugar de donde vino la ley. Y la ley
testifica sobre la autenticidad de esta justicia. Dice que mientras el hombre
la retenga, irá al tribunal y lo defenderá de todos sus acusadores. Da fe de
que es un hombre justo. La justicia que es “por la fe de Cristo, la justicia
que viene de Dios por la fe”(Fil. 3:9),
dio a Pablo la seguridad de que estaría a salvo en el día de Cristo.
No hay en la
transacción nada que objetar. Dios es
justo, y al mismo tiempo el que justifica al que cree en Jesús. En Jesús
mora toda la plenitud de la divinidad; es igual al Padre en todo atributo.
“La redención que hay en Él, la capacidad para recuperar al hombre
perdido, es infinita”
La rebelión del
hombre es contra el Hijo tanto como contra el Padre, puesto que los dos son uno.
Por lo tanto, cuando Cristo “se dio por nuestros pecados”, era el Rey sufriendo por los
súbditos rebeldes, el ofendido perdonando, pasando por alto la ofensa del
infractor. Nadie podrá negar a un hombre el derecho y el privilegio
de perdonar cualquier ofensa cometida contra él; entonces, ¿por qué cavilar
cuando Dios ejerce el mismo derecho? Ciertamente, tiene todo el derecho a
perdonar la injuria cometida contra Él; y más aún, puesto que vindica con ello
la integridad de su ley, al someterse en su propia Persona a la penalidad que
el pecador merecía.
Es cierto que
el inocente sufrió en lugar del pecador, pero el divino Sufriente “se dio a sí mismo” voluntariamente a
fin de poder hacer, con justicia hacia su gobierno, lo que su amor le motivaba
a hacer: pasar por alto la injuria que
se le infligió como Gobernante del universo.
Leamos ahora
la declaración que Dios mismo hace sobre su propio Nombre, una declaración dada
en una de las peores circunstancias de desprecio que sea posible manifestar contra
Él:
Éxodo 34:5-7;
“Entonces el Eterno descendió en la nube y estuvo allí con él, y proclamó su
Nombre. El Señor pasó ante Moisés y proclamó: ¡Oh Eterno, oh Eterno! ¡Dios compasivo y bondadoso, lento para la ira,
y grande en amor y fidelidad! Que mantiene su invariable amor a millares,
que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y no deja sin castigo al
malvado”.
Este es el
Nombre de Dios; es el carácter en el cual se revela a sí mismo al hombre; la
luz en la cual desea que el hombre lo considere. Pero, ¿qué hay acerca de la
declaración de que “no deja sin castigo
al malvado” Esto encaja a la perfección con su longanimidad, su bondad
superabundante, y su perdón de la trasgresión de su pueblo. Es cierto que Dios
no deja sin castigo al malvado;
“En el plan de sustitución el “malvado” que debe ser castigado es
Jesús”
No podría
hacer eso y continuar siendo un Dios justo. Pero hace algo muchísimo mejor: elimina la culpabilidad, de forma que el que fuera antes
culpable es absuelto:
“Es justificado, y considerado como si nunca hubiese pecado”
Nadie
desconfíe de la expresión: “poniéndole
la justicia”, como si eso implicara
hipocresía. Algunos, mostrando una singular falta de aprecio hacia el don de la
justicia, han afirmado no querer una justicia que “se pusiera”, sino más bien la justicia que surge de la vida,
despreciando con ello la justicia de Dios, que es por la fe de Cristo Jesús para todos y sobre todos los que creen. Estoy de acuerdo con la idea, en tanto
protesta contra la hipocresía, una forma de piedad sin el poder; pero me
gustaría que el lector tuviese esto presente:
Hay una
diferencia infinita dependiendo de quién
pone la justicia. Si tratamos de
ponérnosla nosotros mismos, entonces realmente no obtenemos más que trapos de
inmundicia, poco importa el buen aspecto que pueda ofrecer a nuestra vista;
pero cuando es Cristo quien nos viste con ella, no debe ser despreciada o
rechazada.
Observemos la
expresión de Isaías:
“Me rodeó de un manto de justicia”. La justicia con la que
Cristo nos cubre es justicia que cuenta con la aprobación de Dios; y si
satisface a Dios, los hombres no debieran ciertamente tratar de concebir algo
mejor.
Zacarías 3:1-5: “El Señor me mostró
al sumo sacerdote Josué que estaba de pie ante el Ángel del Eterno. Y Satanás
estaba a su derecha para acusarlo. Dijo el Eterno a Satanás: El Señor te
reprenda, oh Satanás, el Señor que ha elegido a Jerusalén te reprenda. ¿No es
éste un tizón arrebatado del incendio? Josué estaba ante el Ángel, vestido de
ropa sucia. El Ángel mandó a los que estaban ante él: Quitadle esa ropa sucia.
Entonces dijo a Josué: Mira que he quitado tu pecado de ti, y te vestí de ropa
de gala”.
N O E S
U N M A N T O P A R A
E L P E C A D O
Obsérvese que el serle quitadas las vestiduras
viles significa hacer pasar la iniquidad de la persona. Y vemos así que
“Cuando Cristo nos cubre con el manto de su propia justicia, no provee
un manto para el pecado, sino que quita el pecado”
Y eso muestra
que el perdón de los pecados es más que una simple forma, más que una simple
consigna en los libros de registro del cielo, al efecto de que el pecado sea
cancelado. El perdón de los pecados es
una realidad; es algo tangible, algo que afecta vitalmente al individuo.
Realmente lo absuelve de culpabilidad; y si es absuelto de culpa, es
justificado, es declarado legalmente justo:
ciertamente ha experimentado un cambio radical. Es en verdad otra persona. Así
es, puesto que es en Cristo en quien obtuvo esa justicia para remisión de los
pecados. La obtuvo solamente estando en Cristo.
2 Cor. 5:17; “si alguno está en
Cristo, nueva criatura es”. Por lo tanto, el pleno y amplio perdón de los
pecados trae consigo ese cambio maravilloso y milagroso conocido como el nuevo
nacimiento; porque un hombre no puede llegar a ser una nueva criatura de no ser
mediante un nuevo nacimiento. Es lo mismo que tener un corazón nuevo, o un
corazón limpio.
El corazón
nuevo es un corazón que ama la justicia y odia al pecado. Es un corazón
dispuesto a ser conducido por los caminos de la justicia. Un corazón tal es lo
que el Señor quiso para Israel:
Deut. 5:29; “Ojalá hubiese en ellos un corazón tal, que
me reverencien, y guarden todos los días mis Mandamientos. Así les irá bien a
ellos y a sus hijos para siempre”
Resumiendo, se
trata de un corazón libre de amor al pecado, tanto como de culpabilidad de
pecado. Pero, ¿qué es lo que hace a un hombre desear sinceramente el perdón de
sus pecados?, Es simplemente su odio contra ellos y su deseo de justicia,
infundidos por el Espíritu Santo.
“El Espíritu contiende con todos los hombres. Viene como reprensor.
Cuando se presta oído a su voz de reproche, asume de inmediato el papel de
Consolador”
La misma disposición
dócil y sumisa que hace que la persona acepte el reproche del Espíritu, lo
llevará también a seguir las enseñanzas del Espíritu:
Rom. 8:14; “todos los que son guiados
por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios”. Una vez más, ¿qué es lo que
trae la justificación, o perdón de los pecados? Es la fe, porque Pablo dice:
Rom. 5:1; “Así, habiendo sido
justificados por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor
Jesucristo”. La justicia de Dios es dada y puesta sobre todo aquel que cree. Rom. 3:22. Pero ese mismo ejercicio de
la fe hace de la persona un hijo de Dios; porque dice más el apóstol Pablo:
Gál. 3:26; “Todos sois hijos de Dios
por la fe en Cristo Jesús”. La carta de
Pablo a Tito ilustra el hecho de que todo aquel cuyos pecados son perdonados
viene a ser de inmediato un hijo de Dios. Primeramente trae a consideración la
condición malvada en la que estábamos anteriormente, para decir a continuación:
Tito 3:4-7; “Pero cuando se manifestó
la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor hacia los hombres, nos salvó, no
por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia,
por el lavado regenerador y renovador del Espíritu Santo, que derramó en
nosotros en abundancia, por Jesucristo nuestro Salvador, para que, justificados
por su gracia, seamos herederos según la esperanza de la vida eterna”.
Obsérvese que
es siendo justificados por su gracia como somos hechos herederos. Ya hemos
visto en Rom. 3:24 - 25 que esta
justificación por su gracia es mediante la fe en Cristo; pero Gálatas 3:26 nos dice que la fe en
Cristo Jesús nos hace hijos de Dios; por lo tanto podemos saber que todo el que
ha sido justificado por la gracia de Dios, ha sido perdonado, es un hijo y un
heredero de Dios.
C O N C L U S I O N
Esto muestra
que carece de base la suposición de que una persona tuviese que pasar por un
cierto período de prueba, y obtener un cierto grado de santidad, antes de que
Dios lo acepte como a su hijo. Él nos recibe tal como somos.
No es por nuestra benignidad que nos ama, sino por nuestra necesidad.
“Nos recibe, no por algún bien que vea en nosotros, sino por su propio
bien, y por lo que Él sabe lo que su poder divino puede hacer de nosotros”
Es solamente
cuando nos damos cuenta de la maravillosa exaltación y santidad de Dios, y el
hecho de que viene a nosotros en nuestra condición pecaminosa y degradada, para
adoptarnos en su familia, que podemos apreciar la fuerza de la exclamación del
apóstol:
1 Juan 3:1; “¡Mirad qué gran amor nos
ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios!”.
Todo el que haya recibido ese honor, se purificará, tal
como Él es puro. Dios no nos ha adoptado como a sus hijos porque seamos buenos,
sino para poder hacernos buenos. Dice Pablo:
Efe. 2:4-7; “Pero Dios, que es rico en misericordia, por
su gran amor con que nos amó, aun cuando estábamos muertos en pecados, nos dio vida junto con Cristo. Por
gracia sois salvos. Y con él nos
resucitó y nos sentó en el cielo
con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros la abundante riqueza de
su gracia, en su bondad hacia nosotros en Cristo Jesús”. Y después añade:
Efe.2: 8-10; “Porque por gracia sois salvos por medio de la
fe. Y esto no proviene de vosotros,
sino que es el don de Dios. No por obras, para que nadie se gloríe.
Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, que Dios
de antemano preparó para que anduviésemos en ellas”.
Este pasaje
muestra que Dios nos amó mientras estábamos todavía muertos en pecados; nos da
su Espíritu para vivificarnos en Cristo, y el mismo Espíritu dirige nuestra
adopción en la familia divina; nos adopta para que, como nuevas criaturas en
Cristo, podamos hacer las buenas obras que Dios preparó.
S O M O S A C E P
T O S E N E
L A M A D O
SE PAGO UN PRECIO
POR TI
Muchas personas no se atreven a decidirse a seguir y
servir al Señor, porque temen que Dios no los aceptará; y conozco a muchos que
durante años han sido seguidores profesos de Cristo, dirigentes y predicadores
que conocen la doctrina de una iglesia determinada pero que todavía están
dudando de su aceptación por Dios, la verdad es algunos de estos profesos cristianos ni siquiera saben lo que creen, no
lo digo con ironía, sino es la triste realidad de muchos que llenan las
iglesias hoy y que viven aterrados por supersticiones y doctrinas de terror que
distorsionan el carácter de Dios.
Acuso Enérgicamente abiertamente a los maestros del
pueblo que no han dado la luz al pueblo que perece por falta de conocimiento.
Escribo para el beneficio de todos ellos, y no quiero confundir sus mentes con
especulaciones, sino que procuraré señalarles las sencillas promesas de la palabra de Dios.
“¿Me recibirá el Señor?”
Contesto con
otra pregunta: ¿Recibirá un hombre aquello que ha comprado? Si vas al almacén y
haces una compra, ¿recibirás la mercancía al serte entregada? ¡Claro que lo
harás! El hecho de que compraste la mercancía, y de que pagaste tu dinero por
ella es suficiente prueba, no solamente de que estás dispuesto, sino también deseoso
de recibirla. Si no la quisieras, no la habrías comprado. Más aun, cuanto más
hayas pagado por la mercancía, más ansioso estarás por recibirla. Si el precio
que pagaste es enorme, y casi has dado tu vida para obtenerla, no hay duda de
que aceptarás el artículo al serte entregado.
Estarás preocupado, no vaya a producirse algún error en la entrega.
Ahora
apliquemos esta ilustración sencilla y cotidiana al caso del pecador que acude
a Cristo. En primer lugar, Él nos ha comprado.
1 Cor. 6:19,20; “¿No sabéis que
vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, que tenéis
de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio”.
El precio que
pagó por nosotros fue su propia sangre, su vida. Pablo dice a los santos de
Éfeso:
Hech. 20:28; “Mirad por vosotros, y
por todo el rebaño en medio del cual el Espíritu Santo os ha puesto por
obispos, para apacentar la iglesia del Señor, que él ganó con su propia
sangre”.
1
Pedro 1:18,19; “Sabed que habéis sido rescatados de la vana conducta de
vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la
sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha ni defecto”.
Tito 2:14;
“Él se dio a sí mismo por nosotros”.
Gál. 1:4; “Se dio a sí mismo por
nuestros pecados, para librarnos de este presente siglo malo, conforme a la
voluntad de nuestro Dios y Padre”.
No compró a
cierta clase, sino a todo un mundo de pecadores.
Juan 3:16; “Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único”.
Jesús dijo:
Juan 6:51; “El pan que daré por la
vida del mundo es mi carne”.
Rom. 5:6,8; “Cuando aún éramos
débiles, a su tiempo Cristo murió por los impíos”. “Dios demuestra su amor
hacia nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”.
El precio
pagado fue infinito, por lo tanto podemos
saber que realmente deseaba aquello que compró. Estaba determinado a
obtenerlo. No podía estar satisfecho sin ello. Amados hermanos lean Fil.
2:6-8; Heb. 12:2; Isa. 53:11.
“Pero no soy digno”.
Es decir, sientes que no vales el precio que
se pagó, y por lo tanto temes venir, no sea que Cristo repudie la compra.
Podrías albergar algún temor a ese respecto, si la venta no hubiera sido
sellada y el precio no hubiera sido pagado ya. Si Cristo decidiera no aceptarte
debido a que no vales el precio, no solamente te perdería a ti, sino también
todo lo que pagó. Aunque la mercancía no valiese lo que pagaste por ella, no
serías tan inconsecuente como para despreciarla. Preferirías obtener algo a
cambio de tu dinero, que no obtener nada.
Pero hay más:
no tienes motivo para preocuparte por lo que respecta al valor. Cuando Cristo
vino a la tierra interesado en esa compra:
Juan
2:25; “no necesitaba que nadie le dijera nada acerca de los hombres, porque
él sabía lo que hay en el hombre”.
Él hizo la
compra con los ojos bien abiertos, y sabía el valor exacto de aquello que
compraba. No está en absoluto decepcionado cuando vienes a Él, y ve que no
posees ningún valor.
“En nada te ha de preocupar el asunto del valor. Si Él, con pleno
conocimiento del caso, se sintió satisfecho de hacer esa transacción, debieras
ser el último en quejarte”
Efectivamente,
ya que la maravillosa verdad es que te compró por la razón misma de que no eras
digno. Su ojo experimentado vio grandes posibilidades en ti, y te compró, no
por el valor que tuvieras o tengas ahora, sino por lo que Él puede hacer de ti.
Él te dice:
Isaías. 43:25; “Yo, yo Soy el que
borro tus rebeliones, por mi bien”. Nosotros carecemos de justicia, es por eso
que nos compró, “para que seamos hechos la justicia de Dios en Él”. Dice Pablo:
Col. 2:9,10; “Porque en Cristo habita
corporalmente toda la plenitud de la Deidad. Y vosotros estáis completos en él,
que es la cabeza de todo principado y potestad”. El proceso es el siguiente:
Efe. 2:3-10; “Entre ellos todos
nosotros también vivimos en otro tiempo al impulso de los deseos de nuestra
carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos; y éramos por naturaleza hijos de ira,
igual que los demás. Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor
con que nos amó, aun cuando estábamos
muertos en pecados, nos dio vida
junto con Cristo.
Por gracia
habéis sido salvos. Y con él nos resucitó y nos sentó en el cielo con Cristo
Jesús, para mostrar en los siglos venideros la abundante riqueza de su gracia,
en su bondad hacia nosotros en Cristo Jesús. Porque por gracia habéis sido
salvados por la fe. Y esto no proviene de vosotros, sino que es el don de Dios.
No por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en
Cristo Jesús para buenas obras, que Dios de antemano preparó para que
anduviésemos en ellas”.
Hemos de servir
“para la alabanza y gloria de su gracia”. Eso nunca podría ser así, de haber
sido ya previamente dignos de todo lo que pagó por nosotros. En ese caso, no
habría gloria para Él en esa obra. No podría, en las edades por venir, mostrar
en nosotros las riquezas de su gracia.
Pero cuando Él nos toma, indignos como somos, y nos presenta finalmente sin
mancha delante del trono, será para su gloria por siempre. Y entonces nadie se
atribuirá valor a sí mismo.
Los ejércitos
santificados se unirán por la eternidad, diciendo a Cristo:
Apoc. 5:9, 10,12. “Digno eres. . .
porque fuiste muerto, y con tu sangre compraste para Dios gente de toda raza y
lengua, pueblo y nación; y de ellos hiciste un reino y sacerdotes para servir a
nuestro Dios”. “El Cordero que fue muerto es digno de recibir poder y riquezas,
sabiduría y fortaleza, honra, gloria y alabanza”.
Debiera
ciertamente desecharse toda duda con respecto a si Dios nos acepta. Pero no
sucede así. El impío corazón incrédulo alberga todavía dudas. “Creo todo esto, pero...”, Detengámonos
aquí: si realmente creyeras, no habría ningún “pero”; Cuando se añade el “pero”
a la declaración de creer, realmente se quieren decir: “Creo, pero no creo”.
Continúas así:
“Tal vez estés en lo cierto, pero... Creo las declaraciones bíblicas que has
citado, pero la Biblia dice que si somos hijos de Dios tendremos el testimonio
del Espíritu, y tendremos el testimonio en nosotros; y yo no siento tal
testimonio, por lo tanto no puedo
creer que sea de Cristo. Creo su palabra, pero no tengo el testimonio”.
Entiendo tu dificultad; veamos si es posible eliminarla.
Con respecto a
pertenecer a Cristo, tú mismo puedes decidir eso. Has visto lo que Él entregó
por ti. Ahora, la pregunta es: ¿Te has
entregado tú a Él? Si lo has hecho, puedes tener la seguridad de que te ha
aceptado. Si no eres de Él es únicamente porque has rehusado entregarle aquello
que compró ya. Le estás defraudando. Él dice:
Rom. 10:21; “Todo el día extendí mis
manos a un pueblo desobediente y rebelde”. Te ruega que le entregues lo que
compró y pagó, sin embargo tú rehúsas hacerlo, y lo acusas después de no estar
dispuesto a recibirlo (a recibirte). Pero si te has entregado a Él de corazón,
puedes estar seguro de que te ha recibido.
En cuanto a que crees sus palabras, aun
dudando de si te acepta o no, porque no sientes el testimonio del Espíritu en
tu corazón, permíteme que insista en que no crees. Si creyeras, tendrías el
testimonio. Escucha su palabra:
1 Juan 5:10; “El que cree en el Hijo
de Dios, tiene el testimonio en sí mismo. El que no cree a Dios lo hace
mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su
Hijo”. Creer en el Hijo es simplemente creer en su palabra y en lo registrado
acerca de Él.
“El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo”
No puedes tener
el testimonio hasta que no creas; y tan pronto lo hagas, tienes el testimonio.
¿Cómo? Porque tu creencia en la palabra de
Dios es
precisamente el testimonio. Lo dice Dios:
Heb. 11:1; “La fe es la sustancia de lo
que esperamos, y la evidencia de lo que no vemos”.
Si oyeses a Dios
decirte a viva voz que eres su hijo, considerarías eso suficiente testimonio.
Bien, pues cuando Dios habla en su palabra, es lo mismo que si hablara con voz
audible, y tu fe es la evidencia de que oyes y crees.
Este es un
asunto tan importante, que vale la pena prestarle cuidadosa consideración.
Leamos un poco más acerca del testimonio.
Primero leemos
en Gal. 3: 26 que somos “todos hijos de Dios por la fe en Cristo
Jesús”. Esta es una confirmación positiva de lo dicho a propósito de
nuestra incredulidad en el testimonio. Nuestra fe nos hace hijos de Dios. Pero
¿cómo obtenemos esta fe? :
Rom. 10:17; “La fe viene por el oír; y
el oír, por medio de la Palabra de Dios”. Pero ¿cómo podemos obtener fe en la
palabra de Dios?, Cree simplemente que Dios no puede mentir. Muy difícilmente llamarías a Dios mentiroso en su propia cara; pero
eso es lo que haces si no crees en su palabra. Todo lo que tienes que hacer
para creer es creer.
Rom. 10:8-11. “La Palabra está cerca
de ti, en tu boca y en tu corazón. Esta es la Palabra de fe, que predicamos:
Así, si con tu boca confiesas que Jesús es el Señor, y en tu corazón crees que
Dios lo levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para
ser justificado, y con la boca se hace confesión para salvación. Pues la
Escritura dice: Todo el que crea en él, no será avergonzado.
Esto concuerda
con el testimonio de Pablo:
Rom. 8:16,17; “El mismo Espíritu
testifica a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también
herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo”. Este Espíritu que
testifica a nuestro espíritu, es el Consolador que Jesús prometió. Juan 14:16. Y sabemos que su testimonio
es verdadero, porque es el “Espíritu de verdad”.
Ahora, ¿cómo da testimonio?, Trayendo a
nuestra memoria la Palabra que fue registrada. Él fue quien inspiró esas
palabras (1 Cor. 2:13; 2 Pedro 1:21),
y por lo tanto, cuando las trae a nuestra memoria, es lo mismo que si nos estuviera hablando directa y personalmente.
Presenta ante nuestra mente la palabra, que hemos citado en parte; sabemos que
es verdadera, pues Dios no puede mentir; despachamos a Satanás con su falso
testimonio en contra de Dios, y creemos a la palabra.
Al creerla,
sabemos que somos hijos de Dios, y clamamos: “Abba, Padre”.
Entonces la gloriosa verdad se despliega ante nuestra alma con mayor claridad.
La repetición de las palabras las hace una realidad para nosotros. Él es nuestro Padre; nosotros somos sus
hijos. ¡Qué gozo da ese pensamiento! Vemos pues que el testimonio que tenemos
en nosotros no es un simple sentimiento o emoción.
Cuidado Dios no pide que pongamos nuestra confianza
en un indicador tan poco fiable como lo son nuestros sentimientos, los
sentimientos son pasajeros como las nubes, Según la Escritura, aquel que confía
en su propio corazón, es necio.
“El testimonio en el que debemos confiar es la inmutable Palabra de
Dios, y podemos tener en nuestros corazones un testimonio tal, mediante el
Espíritu. ¡Gracias a Dios por su don inefable!”
Esta seguridad
no nos exime de ser diligentes, ni nos lleva a la indolencia descuidada, como
si ya hubiéramos alcanzado la perfección. Debemos recordar que Cristo no nos
acepta a causa de nosotros, sino a causa de Él; no porque seamos perfectos,
sino porque en Él podemos avanzar hacia la perfección. Nos bendice, no porque
hayamos sido tan buenos como para merecer la bendición, sino para que en la
fortaleza de la bendición podamos volvernos de nuestras iniquidades.
Hech. 3:26. A todo el que cree en
Cristo, le es dada potestad, poder o privilegio, de ser hecho hijo de Dios. Juan 1:12. Es por las “preciosas y
grandísimas promesas” de Dios a través de Cristo, que llegamos a “participar de
la naturaleza divina”. 2 P. 1:4.
ALELUYA, AMEN.
Por la Justicia de Uno...”
Propiedad intelectual de Patricio G. Moya Lizana que ha revisado, adaptado y publicado sin derechos reservados temas clásicos y muchos otros mas citando a sus
autores cuyas obras son de dominio publico, además tiene estudios y
reflexiones personales que algún día
espera publicar con la bendición de Dios.
Este servidor es pastor por
llamado de Dios y sostiene su trabajo pastoral gracias a ofrendas
voluntarias de hermanos que desean ver prosperar el verdadero Evangelio de
Jesús. Actualmente trabaja y dirige junto a su familia el Ministerio Interdenominacional Cristiano Evangélico para Sordos y Oyentes.
“M. I. CR. E. S.” como respuesta a la invitación del Espíritu Santo que
ordena:
“Abre tu boca por el mudo en el juicio de todos los desvalidos, abre tu
boca,
juzga con justicia, y defiende la causa del pobre y menesteroso”
Proverbios 31: 8 – 9
Si este
tema ha sido de beneficio para ti fotocópialo y distribúyelo entre aquellos que
buscan al Salvador. Si deseas
bendecir y sembrar para el reino de Dios haz tu ofrenda en Cuenta de Ahorro Banco
Estado Nº: 32162276505 a nombre del pastor Patricio G. Moya Lizana.
Si necesitas ayuda pastoral o deseas colaborar de cualquier manera o solo
comunicarte con este Siervo y su Ministerio a favor de los sordos y sus
familias, dirígete a:
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