viernes, 19 de mayo de 2017

EL PODER Y LA IGLESIA


El nacimiento de la Iglesia fue en un ambiente hostil. Su fundador, Jesucristo, fue crucificado, sus discípulos perseguidos, muchos murieron mártires. Además, los apóstoles eran muchos de ellos sencillos pescadores – aunque también había entre ellos personas de extracción más elevada como Mateo que era recaudador de impuestos. La religión cristiana se propagó en medio de crueles persecuciones que costaron muchas víctimas. Además los primitivos cristianos no recurrían a las armas, sino más bien se dejaban matar sin oponer resistencia (a diferencia de los musulmanes que utilizaron para propagar su religión la llamada "guerra santa" martirizando a muchos cristianos que no querían aceptar esa falsa religión).

Llegó un momento – "sangre de mártires, semilla de cristianos" – en que la sociedad romana se vio conquistada por el Cristianismo y el emperador Constantino se hizo cristiano. Entonces – aunque siguieron otros emperadores como Juliano el Apóstata que volvieron a perseguir a la Iglesia – el poder ya no perseguía a la Iglesia sino que le era favorable. Ello es en sí una cosa buena, ya que también Dios llama a la conversión a los reyes y jefes políticos, y, por otra parte, así el pueblo cristiano goza de paz y de leyes justas:

Que el poder sea cristiano es un santo deseo de la Iglesia, aunque ella no tenga poder político. Ahora bien, siendo una cosa buena, tiene sus inconvenientes: La Iglesia puede verse tentada a seguir el camino más cómodo, a apartarse de la fidelidad a Cristo y verse envuelta por el poder político en cosas no santas, a dejarse atraer por las riquezas, alejándose de Cristo que fue pobre hasta la muerte. Ello sucedió en la llamada Edad de Hierro de la Iglesia.

También se dieron abusos al emplear la fuerza de las armas para evangelizar, lo que está reñido con el Evangelio y con el respeto a la conciencia de la persona: Dios no quiere conversiones a la fuerza, pues ha hecho al hombre libre.

En la actualidad, la Iglesia es más bien atacada por el poder político. En el siglo XX ha sufrido grandes persecuciones por parte de regímenes totalitarios, comunistas y nazis, y aún en las democracias, hoy en día, se aprueban leyes anticristianas como la del aborto, frente a las que el Papa con valentía recuerda que los Parlamentos no tienen derecho a aprobar un crimen contra seres inocentes.

Sin embargo, los parlamentos aprueban esas leyes injustas y la voz del Papa se les antoja un estorbo. Cuando el poder político es hostil a la Iglesia ello no es bueno y la Iglesia llama a sus fieles a intervenir en la vida pública para cambiar las leyes anticristianas.

El poder debe estar al servicio de las personas y no ser un poder opresor. Y la Iglesia desea que el poder sea justo, respetuoso con la conciencia y los derechos de todos los hombres.

El poder supone la posibilidad de emplear la coacción para hacer cumplir determinados comportamientos normalmente de acuerdo con unas leyes. El poder puede ser justo o injusto. Una ley injusta no obliga en conciencia (S. Agustín decía: "¿Qué son los reinos si se abandona la justicia sino grandes latrocinios?"). También la esfera política está sujeta a la moral. También los jefes políticos son personas y deben comportarse por tanto de acuerdo con las normas morales.

Pero la Iglesia no puede confundirse con el poder político: No es misión de la Iglesia imponer los comportamientos que exige la moral cristiana por la fuerza. Si bien, la Iglesia puede recomendar al poder político que emplee la fuerza legítima para evitar pecados y crímenes que tiene una notable repercusión social, y sin cuyo empleo la convivencia resultaría poco menos que imposible en la sociedad civil:

Así la Iglesia ve con buenos ojos que la ley castigue al asesino, porque ello protege la vida de muchos inocentes. De la misma manera, la Iglesia ve con buenos ojos que se castigue el aborto, pues ello no es sino un acto de legítima defensa de seres inocentes. No es que sea misión de la Iglesia castigar penalmente, pero puede recomendar al poder político que lo haga: diciendo que tal actuación es justa y tal otra no lo es.

Ante ello, puede plantearse si los límites del poder político y eclesiástico son acaso tenues.

Jesús dijo aquello de "Dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César". Y Jesús huyó cuando quisieron hacerle rey. Y ante Pilatos dijo "Mi reino no es de este mundo". Por tanto, los que siguen a Cristo de una manera especial, los sacerdotes, obispos y Papa no deben aspirar al poder político. Detentar el poder político es una hipoteca para las actuaciones de los pastores que tendrían que condescender a los intereses del poder en vez de defender únicamente los intereses de Dios.Por otra parte, los fieles que tienen legítimamente opiniones políticas distintas se verían en el brete de oponerse a los pastores: Una Iglesia politizada es contraria a su misión evangelizadora. Eso se vio en el pasado en que se dio a veces confusión entre poder político y eclesiástico, sea aquél del color que sea, tanto poder político de derechas como de izquierdas. Repugna que un sacerdote pueda mandar a la policía y al ejército y que los errores políticos recaigan sobre la Iglesia. Por otra parte difícilmente puede la Iglesia mantenerse pobre si detenta el poder, y la Iglesia debe ser pobre con Cristo que fue pobre hasta la muerte.

Pero eso no quiere decir que la Iglesia no desee que las autoridades sean cristianas y se inspiren en la fe para hacer las leyes. Ya que los políticos también son seres humanos redimidos por Cristo y, por tanto, llamados a salvarse. Y, por otra parte, es de desear que en la sociedad haya leyes justas y los fieles cristianos puedan cumplir sus deberes religiosos en un ambiente propicio y pacífico.

El problema surge cuando existen diversas concepciones, algunas de ellas incluso ateas o agnósticas, en la sociedad: Entonces la Iglesia no puede imponer sus convicciones por la fuerza y debe respetar la libertad de las conciencias: El mensaje evangélico tiene que aceptarse libremente para que su aceptación no sea vacía a los ojos de Dios.

Pero tiene derecho la Iglesia a exigir a las autoridades dos cosas: Una, que en la sociedad se garanticen y no se discutan los derechos naturales de la persona (algunos de los cuales se conocen hoy en día como derechos humanos). En efecto, una sociedad en que no se garantizara el derecho a la vida, el derecho a practicar libremente la religión, el derecho a contar con los medios indispensables para vivir, el derecho a casarse y a tener los hijos que se quiera, no merecería el nombre de sociedad:

Sería un poder tiránico el que existiría en esa sociedad, poder que no se vería uno obligado a respetar en conciencia, y al que sería legítimo oponerse activamente con medios pacíficos (y que en casos extremos, aunque resulta muy difícil que se den en la práctica, podría dar lugar a una legítima insurrección armada).Y, en segundo lugar, que garantice la libre práctica de la religión católica a los fieles.
 
 

La Iglesia, sin participar directamente en el poder político, tiene, como parte de su misión, que dar sus opiniones y recomendaciones a los fieles y a los políticos, desde el punto de vista de la fe, sobre cuestiones sociales y políticas. Por otra parte, los seglares cristianos tienen que preocuparse de la cosa pública y participar en la vida política y social dando testimonio de la fe con sus actitudes y fidelidad al evangelio.

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