El nacimiento de la Iglesia fue en un ambiente
hostil. Su fundador, Jesucristo, fue crucificado, sus discípulos perseguidos,
muchos murieron mártires. Además, los apóstoles eran muchos de ellos sencillos
pescadores – aunque también había entre ellos personas de extracción más
elevada como Mateo que era recaudador de impuestos. La religión cristiana se
propagó en medio de crueles persecuciones que costaron muchas víctimas. Además
los primitivos cristianos no recurrían a las armas, sino más bien se dejaban
matar sin oponer resistencia (a diferencia de los musulmanes que utilizaron
para propagar su religión la llamada "guerra santa" martirizando a
muchos cristianos que no querían aceptar esa falsa religión).
Llegó un momento – "sangre de mártires,
semilla de cristianos" – en que la sociedad romana se vio conquistada por
el Cristianismo y el emperador Constantino se hizo cristiano. Entonces – aunque
siguieron otros emperadores como Juliano el Apóstata que volvieron a perseguir
a la Iglesia – el poder ya no perseguía a la Iglesia sino que le era favorable.
Ello es en sí una cosa buena, ya que también Dios llama a la conversión a los
reyes y jefes políticos, y, por otra parte, así el pueblo cristiano goza de paz
y de leyes justas:
Que el poder sea cristiano es un santo deseo de la
Iglesia, aunque ella no tenga poder político. Ahora bien, siendo una cosa
buena, tiene sus inconvenientes: La Iglesia puede verse tentada a seguir el
camino más cómodo, a apartarse de la fidelidad a Cristo y verse envuelta por el
poder político en cosas no santas, a dejarse atraer por las riquezas,
alejándose de Cristo que fue pobre hasta la muerte. Ello sucedió en la llamada
Edad de Hierro de la Iglesia.
También se dieron abusos al emplear la fuerza de
las armas para evangelizar, lo que está reñido con el Evangelio y con el
respeto a la conciencia de la persona: Dios no quiere conversiones a la fuerza,
pues ha hecho al hombre libre.
En la actualidad, la Iglesia es más bien atacada
por el poder político. En el siglo XX ha sufrido grandes persecuciones por
parte de regímenes totalitarios, comunistas y nazis, y aún en las democracias,
hoy en día, se aprueban leyes anticristianas como la del aborto, frente a las
que el Papa con valentía recuerda que los Parlamentos no tienen derecho a
aprobar un crimen contra seres inocentes.
Sin embargo, los parlamentos aprueban esas leyes
injustas y la voz del Papa se les antoja un estorbo. Cuando el poder político
es hostil a la Iglesia ello no es bueno y la Iglesia llama a sus fieles a
intervenir en la vida pública para cambiar las leyes anticristianas.
El poder debe estar al servicio de las personas y
no ser un poder opresor. Y la Iglesia desea que el poder sea justo, respetuoso
con la conciencia y los derechos de todos los hombres.
El poder supone la posibilidad de emplear la
coacción para hacer cumplir determinados comportamientos normalmente de acuerdo
con unas leyes. El poder puede ser justo o injusto. Una ley injusta no obliga
en conciencia (S. Agustín decía: "¿Qué son los reinos si se abandona la
justicia sino grandes latrocinios?"). También la esfera política está
sujeta a la moral. También los jefes políticos son personas y deben comportarse
por tanto de acuerdo con las normas morales.
Pero la Iglesia no puede confundirse con el poder
político: No es misión de la Iglesia imponer los comportamientos que exige la
moral cristiana por la fuerza. Si bien, la Iglesia puede recomendar al poder
político que emplee la fuerza legítima para evitar pecados y crímenes que tiene
una notable repercusión social, y sin cuyo empleo la convivencia resultaría
poco menos que imposible en la sociedad civil:
Así la Iglesia ve con buenos ojos que la ley
castigue al asesino, porque ello protege la vida de muchos inocentes. De la
misma manera, la Iglesia ve con buenos ojos que se castigue el aborto, pues
ello no es sino un acto de legítima defensa de seres inocentes. No es que sea
misión de la Iglesia castigar penalmente, pero puede recomendar al poder
político que lo haga: diciendo que tal actuación es justa y tal otra no lo es.
Ante ello, puede plantearse si los límites del
poder político y eclesiástico son acaso tenues.
Jesús dijo aquello de "Dad a Dios lo que es de
Dios y al César lo que es del César". Y Jesús huyó cuando quisieron
hacerle rey. Y ante Pilatos dijo "Mi reino no es de este mundo". Por
tanto, los que siguen a Cristo de una manera especial, los sacerdotes, obispos
y Papa no deben aspirar al poder político. Detentar el poder político es una
hipoteca para las actuaciones de los pastores que tendrían que condescender a
los intereses del poder en vez de defender únicamente los intereses de Dios.Por
otra parte, los fieles que tienen legítimamente opiniones políticas distintas
se verían en el brete de oponerse a los pastores: Una Iglesia politizada es
contraria a su misión evangelizadora. Eso se vio en el pasado en que se dio a
veces confusión entre poder político y eclesiástico, sea aquél del color que
sea, tanto poder político de derechas como de izquierdas. Repugna que un
sacerdote pueda mandar a la policía y al ejército y que los errores políticos
recaigan sobre la Iglesia. Por otra parte difícilmente puede la Iglesia
mantenerse pobre si detenta el poder, y la Iglesia debe ser pobre con Cristo
que fue pobre hasta la muerte.
Pero eso no quiere decir que la Iglesia no desee
que las autoridades sean cristianas y se inspiren en la fe para hacer las
leyes. Ya que los políticos también son seres humanos redimidos por Cristo y,
por tanto, llamados a salvarse. Y, por otra parte, es de desear que en la
sociedad haya leyes justas y los fieles cristianos puedan cumplir sus deberes
religiosos en un ambiente propicio y pacífico.
El problema surge cuando existen diversas
concepciones, algunas de ellas incluso ateas o agnósticas, en la sociedad:
Entonces la Iglesia no puede imponer sus convicciones por la fuerza y debe
respetar la libertad de las conciencias: El mensaje evangélico tiene que
aceptarse libremente para que su aceptación no sea vacía a los ojos de Dios.
Pero tiene derecho la Iglesia a exigir a las
autoridades dos cosas: Una, que en la sociedad se garanticen y no se discutan
los derechos naturales de la persona (algunos de los cuales se conocen hoy en
día como derechos humanos). En efecto, una sociedad en que no se garantizara el
derecho a la vida, el derecho a practicar libremente la religión, el derecho a
contar con los medios indispensables para vivir, el derecho a casarse y a tener
los hijos que se quiera, no merecería el nombre de sociedad:
Sería un poder tiránico el que existiría en esa
sociedad, poder que no se vería uno obligado a respetar en conciencia, y al que
sería legítimo oponerse activamente con medios pacíficos (y que en casos
extremos, aunque resulta muy difícil que se den en la práctica, podría dar
lugar a una legítima insurrección armada).Y, en segundo lugar, que garantice la
libre práctica de la religión católica a los fieles.
La Iglesia, sin participar directamente en el poder
político, tiene, como parte de su misión, que dar sus opiniones y
recomendaciones a los fieles y a los políticos, desde el punto de vista de la
fe, sobre cuestiones sociales y políticas. Por otra parte, los seglares
cristianos tienen que preocuparse de la cosa pública y participar en la vida
política y social dando testimonio de la fe con sus actitudes y fidelidad al
evangelio.
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